Hay una liturgia no escrita, no creo que esté plasmada en ningún sitio, ni reflejada en papel alguno, pero que es moneda de cambio cuando un positivo surge en ciclismo. Y es moneda de cambio tanto en los pros, como en otras categorías.
El primer paso es el anuncio y toda la retórica legal de los organismos competentes. Luego viene la sorpresa y el estupor. Te pillan con el carrito de los helados y no sabes qué decir, o qué no decir. Desolación, en algunos casos culebrón venezolano, trabajo en despertar la pena del aficionado medio, que siendo del montón desconoce lo que hay entre bambalinas, y siempre, siempre siempre se desliga el positivo del equipo, como si éste viviera por cauces paralelos a sus empleados.
Rara vez se admite que el susodicho se ha equivocado, ¿para qué? en un mundo donde no se estila la sinceridad, no es necesaria en estos casos. Se arguyen motivos diversos, cuando no pintorescos y luego al final pasas al olvido, porque por mucho que montes en cólera, por mucho que te des golpes en el pecho cuando sales a dar explicaciones, por muchas plañideras que te rodeen, estás marcado, para siempre estigmatizado, pues eres lo que el sistema llama una víctima colateral, esas que todos lamentan pero en las que nadie repara.
Y ésta es la triste y sencilla realidad de lo que viene tras un caso de dopaje, llamadlo y apellidado como queráis. Incluso en fallos favorables al ciclista, como el de Alejandro Marque, nada cambió y el equipo que debería haberle acogido pasó página.
Artículo completo de Joan Seguidor aquí