A ver, conociendo, o quizá mejor, intuyendo a Alejandro Valverde, ganar la Vuelta al País Vasco era un objetivo porque se había resistido hasta la fecha, no creo que lo fuera por completar un palmarés de por sí exquisito, que este año ya roza lo humanamente imposible. Si algo no le obsesiona es la estadística, si la bicicleta le sigue llenando.
Con la Itzulia se quita una espinita, una incómoda piedra en el zapato en la vida de ganador que le ha tocado vivir. Un camino lleno de éxitos, triunfos que resumirlo en un párrafo, por eso, también es posible: dos Dauphiné, otras tantas Voltas, País Vasco, cuatro “Flechas Valonas”, tres Liejas, dos “San Sebastianes”, la Vuelta, etapas y podio en las tres grandes, mejor ciclista del mundo cuatro veces, la primera de ellas hace once años,…
¿Qué más se le puede pedir? yo creo que absolutamente nada, porque lo citado anteriormente se completa con un rosario de éxitos, puntuales, singulares y épicos. Cada uno con lo suyo, cada uno diferente. Valverde es el ciclista más increíble que hemos tenido la suerte de conocer, es un antes y un después en el camino, por su carisma, su eterna ambición, su carácter amigable
Y sin embargo, lo estadísticos, los que hurgamos entre líneas, vemos que a este ciclista que lleva 16 años ahí, le quedan hitos, gestas por marcar, que no sé si un día se propondrá o tendrá a bien abordarlos. Porque Valverde es el ciclista con más medallas en mundiales, pero nunca ha decantado uno a su favor. Ese arco iris sería el auténtico colofón, lo primero que nos viene a la mente, si pedirle algo pudiéramos. Un anhelo que nos recuerda mucho al de King Kelly, el corredor con el que debemos referenciar al murciano.
Artículo completo de Joan Seguidor aquí