Revolcón total, pronósticos fallidos. Nada salió como se esperaba. Después del huracán ¿qué queda? Vasil Kiryienka, siempre Vasil Kiryienka, el hombre que no parpadea, que recupera el resuello al cruzar la meta, que no muestra debilidad, ni dolor, ni sufrimiento. Una máquina, de verdad, un placer verle rodar tan redondo, tan perfecto.
En Richmond esperábamos, esperaba, a Dennis, Dumolin y Martin, De los dos primeros teníamos referencias claras y cercanas como para pensar que iban a estar ahí. El alemán tiraba de jerarquía e historial porque desde que dejara el Tour no se le recordaba nada reseñable.
Pero quedó Kiryienka, un ciclista que sube, baja, tira para un líder kilómetros y kilómetros. Con una cadencia ensayada en las puntuaciones que le hicieron campeón del mundo de pista, impuso la lógica de la forma y el buen hacer. Su triunfo no puede extrañar a nadie, para nada, ni mucho menos, es una máquina que tiene a bien servir su talento en favor de otros pero que cuando él toma las riendas de su destino, no se lo confía a nadie.
Con el bielorruso, emergió el otro outsider que esperábamos para la cita, el italiano Adriano Malori, un corredor que es un punto aparte en la magra tradición italiana en la lucha contra el crono. En twitter me citaron a Gianni Bugno, pero sinceramente el talentoso Gianni me parece lejos del camino que ha emprendido Malori, ni siquiera Nibali, buen croner se le mide, ni de lejos.