El Cuaderno de Joan Seguidor / Ciclo 21
Hay nombres que por muy lejos que los percibamos están ahí cerca en el tiempo y a veces también en la memoria, Richard Virenque es uno de ellos. Le vemos en actos promocionales con su marca de relojes y bicicletas, con las canas trepando por su negro cabello y nos acordamos de o que fue uno de los corredores más contradictorios que jamás vimos.
googletag.pubads().definePassback('/19136023/DFP-vid_RG_FP_PU07878_VI-NUNSYS-Ciclo21_WW_VI_RS-0.7', [1, 1]).display();
Qué lejos queda aquella etapa que salió de San Sebastián. Tour de 1992, cuando se escapó con Javier Murguialday hacia Pau. Aquella jornada, de las primeras de ese Tour, le colocó de líder y poco más. Fue una de las víctimas del ritmo diabólico de Claudio Chiappucci en el Iseran, el día ese de Sestriere, aquello no sé si volveremos a verlo, no al menos en la misma medida.
Decir que Richard Virenque fue rival de Miguel Indurain quizá sea mucho decir, pero su anarquía, esa querencia por ir un poco a la suya, ajeno al mundanal ruido, eso siempre lo hizo atractivo a nuestros ojos.
Richard Virenque no fue el más dotado de su generación, pero el tío se puso el país detrás cuando tuvo oportunidad y se creyó con bríos que, sinceramente, con su calidad nunca lo hubiéramos imaginado. En el 97, con ese Jan Ullrich en campeón tuvo una de esas ocasiones, de esos trenes que uno ve pasar una vez en la vida. Aquella etapa en los Vosgos, en la que no se entendió con Marco Pantani, con Ullrich con un hilo de vida. Pensó Virenque «al año siguiente ya si eso».
Pero no, no fue posible, desde el momento que cazaron a su masajista en la frontera belga cargado de porquería dirección la salida del Tour del 98 en Dublín, las cosas ya no volvieron a ser las mismas para Richard Virenque. Expulsado del Tour, se dice pronto, era el ídolo, el puto ídolo de un país que le veía devolviendo el Tour a Francia. Llorando, pelo dorado, sabía que nada volvería a ser igual, que su tren había partido.
Richard Virenque pudo ser todo lo que podamos imaginar, en su fuero interno queda lo que hizo. Creo que pagó por ello, pero hay cosas que ni el mejor dopaje del mundo otorga, cosas como ese carácter de creerse mejor de lo que sinceramente fue, de no bajar nunca los brazos, de echarse el mundo a la espalda. Sólo sugerir que ganó aquella París-Tours, esa carrera maldita para los grimpeurs, hecha para los velocistas lo define.
Dejó el ciclismo hace quince años, pero a veces viene a nuestra mente, cuando vemos un rebelde con causa, un tipo que no obedece a los cánones, que hace diferente. No le vendría mal algo así a este ciclismo de pensamiento único.