El flow es algo que se tiene o no se tiene. Usain Bolt, el jamaicano más veloz y mediático del atletismo, lo tiene. Cristiano Ronaldo, por mucho que lo intenta, no lo tiene. Como tampoco lo tiene Chris Froome, enorme corredor cuya hoja de servicios suma ya tres Tour de Francia, pero que está lejos, muy lejos, de ganarse el cariño y la admiración de la afición como lo hizo y sigue haciendo su némesis aquel 2012 en el que muchos vieron en el británico nacido en Nairobi al primero de los enemigos del británico nacido en Gante en un Tour en el que algo se rompió entre ellos. Porque, en realidad, Sir Bradley Wiggins, el hombre que esta noche se ha convertido en leyenda en el velódromo olímpico de Río de Janeiro tiene flow. Tiene mucho flow. Y, si me apuran, tiene todo lo que decía Juan Luis Guerra… tiene mucho hot, tiene mucho tempo, tiene mucho down (sea lo que sea eso) y tiene, sobre todo, algo que en el más perfecto castellano le hace ser molón. Muy molón, para las masas de aficionados que le siguen desde tiempos inmemoriales.
Y no sólo eso. Wiggins, el ciclista total que salió de la pista para ganar un Tour, que intentó hasta el último momento –quizás lo hubiera conseguido de haberse empeñado más en ello– reinar en el Infierno del Norte y que luego volvió a la pista para culminar su obra inconclusa, tiene ahora una colección de medallas olímpicas que ningún otro deportista británico atesora en una vitrina. Cinco oros, uno de ellos conseguido en carretera en Londres 2012, una plata y dos bronces. Ocho medallas. Ocho pedazitos de historia que han convertido a Sir Wiggins en leyenda viva del deporte británico, un país que con su brexit y sus cosas, puede mirar muy por encima del hombro a una España que sigue analfabeta en cuanto a cultura deportiva se trata. Un país que, al contrario que el nuestro, mima y reconoce las gestas de todos y cada uno de sus deportistas durante toda una Olimpiada y no sólo cuando en los Juegos toca tirar del más rancio cuñadismo y postular sobre especialidades que ni tan siquiera se sabía que existían. Y así, con una tele pública volcada en llevar a millones de británicos los más importantes eventos deportivos, un grupo de comunicación privado patrocinando al conjunto más potente que en el ciclismo ha sido y una población que entiende el deporte y a sus protagonistas como parte fundamental de su cultura contemporánea, los resultados llegan. ¡Vaya que si llegan!
Lo que ocurrió esta noche en el velódromo de Río de Janeiro fue mágico. Se respiraba desde el principio ese ambiente de las grandes noches. Las de las finales de Phelps. Las de las medallas del hectómetro. El día había comenzado bien en esto de hacer historia con la brutal carrera (récord del mundo incluido) de Almaz Ayana que destrozó la marca de Jun Xia Wang de 1993.
La cita, la persecución por equipos. El rival, Australia, un equipo en absoluto cojo. Los aussies comenzaron comandando la prueba. Pasado el ecuador de la misma mantenían una pequeñísima ventaja inferior al segundo. Gran Bretaña, que en las semifinales ante Nueva Zelanda habían batido el récord del mundo de la especialidad, parecía titubear antes los del Down Under. Los australianos perdieron a su primer hombre a falta de seis vueltas y ese fue el momento aprovechado por los británicos para contraatacar.
Se pusieron por delante los –todavía– europeos y el drama se rozó en la última vuelta cuando, ya con tres hombres, se abrió un enorme hueco entre los dos primeros y el tercero. Un verdadero abismo que hizo presagiar lo peor. Pero este equipo era ayer, en la noche de Río de Janeiro, sencillamente imbatible. Tenían una cita con la Historia y no iban a faltar a ella. Wiggins, parte fundamental de este sueño, se colgaba su quinto oro olímpico y superaba en el medallero histórico de su país a Sir Chris Hoy (seis oros y una plata).
Dinamarca consiguió alzarse con la medalla de bronce en su pelea en la final de consolación con Nueva Zelanda, víctimas de los británicos en esa semifinal en la que Wiggins, Clancy, Burke y Doull establecieron esa plusmarca mundial de 3:50.265.
También presenció el velódromo carioca el récord del mundo del combinado chino de velocidad femenino, que dominó una prueba en la que la dupla española formada por Helena Casas y Tania Calvo se llevó un merecido diploma olímpico a casa. Jinjie Gong y Tiansh Zhong pararon el crono en 32.107 en la final contra Rusia, que hubo de conformarse con la plata, estableciendo de esta manera una nueva mejor marca mundial mientras que Alemania batía a Australia en la carrera por el bronce.
Todo en una noche en la que Jason Kenny redondeó la fiesta británica al establecer un nuevo récord olímpico (9.550) en las carreras clasificatorias de la velocidad masculina en la que el español Juan Peralta se vio fuera de la competición a las primeras de cambio.
CLASIFICACIONES
Persecución por equipos (M)
1 | Great Britain | 0:03:50.265 | |
Ed Clancy | |||
Steven Burke | |||
Owian Doull | |||
Bradley Wiggins | |||
2 | Australia | 0:03:51.008 | |
Alexander Edmondson | |||
Jack Bobridge | |||
Michael Hepburn | |||
Sam Welsford | |||
3 | Denmark | 0:03:53.789 | |
Lasse Norman Hamsen | |||
Niklas Larsen | |||
Frederik Madsen | |||
Casper Von Folsach | |||
4 | New Zealand | 0:03:56.753 | |
Pieter Bulling | |||
Aaron Gate | |||
Dylan Kennett | |||
Regan Gough |
Velocidad por equipos (F)
1 | China | 0:00:32.107 | WR |
Jinjie Gong | |||
Tiansh Zhong | |||
2 | Rusia | 0:00:32.401 | |
Daria Shmeleva | |||
Anastasii Voinova | |||
3 | Alemania | 0:00:32.636 | |
Mirian Welte | |||
Kristina Vogel | |||
4 | Australia | 0:00:32.658 | |
Anna Meares | |||
Stephanie Morton |