Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Existe un aspecto heroico en los resultados deportivos que conjugan éxito y sorpresa. Una especie de pátina que les confiere un nexo inalterable con la inmortalidad (y que, presumiblemente, propicie, también, que, a su alrededor, se genere un desbordante manantial de recreación y elogio).
Dori Ruano (Salamanca, 1969) no partía como favorita aquella tarde del miércoles en la que la prueba del Mundial de contrarreloj femenino se disputaba sobre un total de 19,2 kilómetros en Lisboa. Era un recorrido muy complicado, poco propicio para los especialistas, y en el que los tramos en los que se podían rodar aferrado al manillar de triatleta eran contadísimos.
Es más, no era la primera baza del seleccionado nacional. Su compañera, la vasca Joane Somarriba (que se año se había hecho con su segunda victoria en la Grande Boucle), se antojaba como el puntal de las aspiraciones patrias. Sin embargo, el azar pintó bastos a la de Gernika quien, en una de las primeras curvas del trazado, veía cómo su bicicleta derrapaba y ella daba con sus huesos en el suelo. No pudo reemprender la carrera.
Por su parte, Ruano, que pedaleaba ajena a las malbaratadas aspiraciones de su compañera, detuvo el tiempo en unos 29 minutos y 52 segundos que se antojaron como una de las referencias a seguir desde que la salmantina cruzó la línea de meta. Y a fe que la espera se hizo angustiosa.
La todopoderosa Jeannie Longo, con sus incombustibles 42 años, voló (a una media cercana a los 40 kilómetros por hora) y paró el cronómetro en unos inalcanzables 29 minutos y 8 segundos, que le aseguraban la medalla de oro (la cuarta en, por entonces, su muy fructífera carrera). La campeona francesa había sido capaz de remontar un primer parcial en el que el mejor tiempo había sido para la suiza Nicole Brandli, que mantendría una exigua referencia de 5 segundos en la segunda toma de tiempos y que no pudo aguantar ese ritmo, sobre todo, en la zona de repechos final. Con todo, la helvética se aseguró la plata, cerrando su participación con tan solo 40 centésimas de segundo más que la vencedora final. Apenas un suspiro, un impedimento para alcanzar la gloria.
Mientras, el calvario para Ruano, la ansiedad por confirmar el bronce, no concluyó hasta que la estadounidense Mari Holden terminó invirtiendo 31 segundos más que los 29.52 de Dori. La alegría y el estruendo se apoderaron del box de la selección española (algunos refrescaban la memoria, rememorando que el único precedente era la medalla, también de bronce, en categoría juvenil, que Mercedes Cagigas se había colgado al cuello en los campeonatos celebrados cuatro años antes en San Sebastián).
Fue, en conjunto, una prueba muy igualada y disputada. La mejor muestra de ello, sin perjuicio de la dramática lucha por el oro, es que, entre las cinco primeras, la diferencia en meta no superó el minuto. Ya, después, aún con la satisfacción desbordante del triunfo, Dori lanzó un mensaje, una reivindicación, ante los medios de comunicación: “Nuestras medallas valen tanto como las de los hombres”. Y, quizá por ello, el cántabro Óscar Freire recogió el guante y se proclamó, cuatro días más tarde, campeón del mundo en una llegada masiva imposible en la que se impuso al italiano Bettini y al esloveno Hauptman.
La ciclista española había iniciado su práctica en la bicicleta a los 18 años y, desde muy joven, derrochó un talento y calidad innatos. Sus prestaciones lucían más en pruebas cronometradas, gracias a su pasado como pistard. En la tarima, los resultados de Ruano son auténticamente abrumadores. Campeona del mundo en la modalidad de puntuación en 1998, mejorando la plata del año anterior y cuatro veces campeona de España, tanto en la modalidad de puntuación, como en la de persecución.
Sea como fuere, su acople a la bicicleta de ruta deparó, también, momentos muy dulces. Ese mismo 2001, que hoy es el núcleo central de esta historia, Dori había sido campeona nacional tanto en ruta como en contrarreloj. Fue el único año en que consiguió el doblete. En la disciplina cronometrada, Dori atesora hasta siete medallas de oro.
Y, a pesar de ese brillantísimo palmarés, muy pocos eran los que confiaban, en aquellas calles de, la siempre bucólica e inspirada con esa decadente belleza, Lisboa en la consecución de una medalla para el combinado español. Menos, aún, los que hubieran apostado porque la que responde a María Teodora Adoración Ruano Sanchón en su Documento Nacional de Identidad, elevaría el nivel de ciclismo femenino a un pódium mundialista profesional. Mejor, los sucesos heroicos mezclan bien con la imprevisibilidad.