Desde que hace poco más de un mes Peter Sagan se alzara con el triunfo en el Mundial de Richmond, mucho se ha escrito y hablado sobre su figura. En Ciclo 21, ya justificamos las altísimas expectativas que el ciclismo tiene depositadas en el portador del maillot arcoíris –y no necesariamente en el plano deportivo– y de lo que no cabe ninguna duda es de que su victoria, unida a su carácter y espontaneidad, han dado la sensación de que, por fin, alguien ha abierto las ventanas para que el ciclismo se airee.
El eslovaco es consciente de esta situación y, aunque no hace ascos a reivindicarse, en el buen sentido del término, como el inadaptado que hace caballitos, toquetea a las azafatas o se cabrea con las motos; tanto revuelo a su alrededor ha hecho necesario, a su parecer, frenar tanta expectación que, a la larga, podría acabar pasándole factura en forma de presión excesiva.
Está acostumbrado ya a esa presión. A sus 25 años, lleva ya muchos en la elite y siempre se ha esperado mucho de él. Incluso durante el pasado Tour de Francia, cuando coleccionó una nada desdeñable cantidad de puestos de honor que para cualquier otro serían suficientes para justificar una temporada entera (cinco segundas plazas y tres terceras posiciones), no pudo escapar de las críticas y las dudas respecto de su rendimiento. Y eso, a pesar de haberse mostrado como el mejor lugarteniente de Alberto Contador –algo que a muchos nos sirvió para calificar su ronda francesa como su mejor actuación en una carrera de tres semanas– y enfundarse el verde en París.
Pese a todo ello, Sagan quiere rebajar el nivel de tensión en torno a su figura. Ya ha confirmado que comenzará la temporada en el Tour de San Luis, y que “mi calendario será más o menos el mismo que el pasado año. Tras comenzar en Argentina, las pruebas importantes para mí en la primera parte del año serán San Remo, Flandes, Roubaix y el Tour”. El hombre que llevará sobre sus hombros el peso del maillot arcoíris durante la campaña 2016 asegura que quiere “tener los pies en el suelo. Nadie puede volar”. Por ello, desinfla el globo que a su alrededor se ha inflado como la burbuja inmobiliaria española de hace unos años. “No soy ninguna súper estrella. Las superestrellas cantan o actúan, algo completamente distinto a lo que yo hago. Armstrong sí era una súper estrella. Todo el mundo le conoce por lo que hacía sobre y fuera de la bicicleta. Yo podría soportar eso por lo que hago sobre la bici, pero no por lo que pueda hacer fuera de ella”.
Sagan sigue, todavía, de vacaciones. O algo, al menos, que se puede parecer a las vacaciones. Al menos, está alejado de los entrenamientos intensivos, pero no de los actos publicitarios o de cualquier otra índole que le han surgido a raíz de su victoria en Richmond. “Todavía no he podido relajarme. Tras la locura inmediatamente posterior al Mundial, me marché a Abu Dabi y es cierto que después de eso todo se calmó un poco. Ahora me he podido relajar un poco en Mónaco y voy a coger dos o tres semanas de vacaciones. ¡Tengo una vida fuera del ciclismo! Cuando puedo, me gusta quedar con mis amigos y mi novia. En ocasiones, todo esto es demasiado para ella. ¡Tantos entrenamientos y eventos a los que tengo que acudir! Por eso, intento organizar el mayor tiempo libre posible para ella. Ahora mismo, la bicicleta lleva una semana colgada”.
Peter Sagan, por lo tanto, tendrá ahora un par de semanas más para dedicárselas a los suyos, pero antes de que llegue el mes de diciembre, el eslovaco deberá de retomar los entrenamientos y, poco después, las concentraciones invernales junto al resto de sus compañeros en el Tinkoff Team para preparar una temporada 2016 que, una vez más, se antoja tremendamente importante para el todavía jovencísimo campeón del mundo. Deportivamente, su palmarés sigue a la espera de anotarse su primer Monumento, algo que nadie duda que tenga en las piernas, pero que se le sigue resistiendo. A nivel extradeportivo, será interesante comprobar si Peter Sagan se convierte en ese jefe con nuevas ideas que el pelotón necesita.