El Teide, con los 3.718 metros de altura de su cima volcánica, se ha convertido en los últimos años en el lugar de moda para las concentraciones en altura. Chris Froome y Alberto Contador se machacaron durante kilómetros infinitos en las faldas del monte tinerfeño buscando las ganancias de algo que se conoce en ciclismo desde hace décadas: los entrenamientos en altura.
Las estancias muy por encima del nivel del mar no son nada nuevo en el ciclismo ni en el deporte. Los beneficios de entrenar y competir allí donde el aire es menos denso y porta menos oxígeno están más que demostrados, llegando incluso a hacer pensar a Dion Beukeboom que, si lo intenta en Aguascalientes (México), con sus casi 2.000 metros sobre el nivel del mar, podría batir el récord de la hora de Sir Bradley Wiggins.
Pero, si los entrenamientos en el segmento de los 2.000 a 3.000 metros de altura tienen innegables beneficios sobre el organismo del deportista, ¿por qué no llevar las cosas un poco más lejos y subir por encima de los 5.000 metros? Eso es lo que se ha planteado el holandés Bram Tankink (LottoNL-Jumbo), que ha pasado las últimas semanas recorriendo el Himalaya.
“Mi preparación de cara a la próxima temporada nunca ha sido mejor. Esta vez he optado por una concentración en altura extrema”, explica el propio corredor al rotativo neerlandés Algemeen Dagblad. El corredor, uno de los más fiables domésticos de los dos jefes de fila de su equipo, ha puesto este invierno rumbo al valle del Annapurna, a donde se ha llevado su BTT y en el que, como él mismo explica, “cuando tras estar todo el día entrenando bajas de nuevo a los 3.500 metros, miras hacia los picos y ves que están muy por encima de ti. Subes a 4.000 metros. A 5.000 metros. Y sigues viendo cumbres que se elevan hasta los 8.000 metros”.
A la majestuosidad de aquellas cumbres hay que unir la variedad de los paisajes. “Cada 20 kilómetros el paisaje cambia. Estás rodando por un valle y, de repente, estás en un desierto. Con mi equipo he pasado momentos muy bonitos, pero esto supera a todo lo que haya visto antes”.
La idea de esta aventura surgió el pasado año por estas fechas. “Quería seguir en activo una o dos temporadas más, pero el equipo tenía dudas. Pasé unos días muy difíciles. Lo estaba pasando mal, pero la idea iba tomando forma. Pensé: el Himalaya será el final de mi carrera”. Finalmente, renovó con LottoNL-Jumbo hasta el final de 2018, pero la idea de viajar hasta la cordillera más alta del planeta no le abandonó.
Tal y como relata el periodista Daan Hakkenberg, Tankink siempre ha sido un hombre comprometido con el respeto al medio ambiente. “En el equipo, en ocasiones, se ríen por ello. En 2011 instalé paneles solares en el tejado de mi casa. Desde entonces, Jos van Emden y Paul Martens también lo han hecho”, explica.
Y esos paneles solares son los que, de alguna manera, unen a Tankink con la aventura que ha emprendido este otoño ya que considera que “aquí pueden ser muy útiles. La población se sigue calentando y cocinando con carbón y madera, pero también los empresarios están atrapados energéticamente. Hay ONG que les han donado maquinaria, pero no la pueden usar. Por ejemplo, fuimos a una granja de truchas que tenía neveras, pero no tenía corriente eléctrica para ancenderlas. También a una granja de manzanas, que tenía el mismo problema”.
Por todo ello, el viaje de Tankink al Himalaya ha tenido, además de la deportiva, una importante finalidad solidaria y es que la aventura ha servido para recaudar cerca de dos millones de euros que el corredor va a hacer servir para proveer a las comunidades de la zona de paneles solares con los que autoabastecerse de electricidad. “En marzo o abril instalaremos los primeros paneles”.