Thijs Zonnenveld, excorredor profesional y ahora periodista en el rotativo holandés Algemeen Dagblad ha publicado hoy en ese mismo diario un adelanto del libro escrito por él mismo titulado “Thomas Dekker: Mi lucha” en el que este último narra, en primera persona, su paso por el ciclismo profesional. La lectura de este extracto, correspondiente al primer capítulo del libro y que puede ser leído íntegramente aquí (en neerlandés), deja bien claro el tono del resto del libro, en el que Dekker se suma a la ya larga lista de ex corredores que no tienen problemas en ofrecer los detalles más escabrosos del llamado lado oscuro del ciclismo que conocieron para expiar sus pecados… y de paso arañar algunos euros más a través de aquellas mentiras y miserias sobre las que construyeron sus carreras y ahora siguen construyendo sus relatos.
En este primer capítulo Dekker habla del Tour de 2007, en el que compartió habitación con su compañero en Rabobank Michael Boogerd. “Mi primer Tour era el último de Michael Boogerd. Sería también mi último Tour, aunque eso todavía no lo sabía”. Ya en el primer párrafo Dekker no defrauda y pone en marcha el ventilador: “charlábamos todo el día. Michael me contó que durante los dos últimos años estaba haciendo uso de bolsas de sangre que guardaba en un banco de sangre en Austria”. Con este inicio, claro, lo que sigue no podía defraudar. “Michael [Rasmussen] también era cliente”, adelanta antes de adentrarse en los sucesos de aquel Tour de Francia de 2007.
Dekker no tiene problemas al reconocer que “ambos usábamos Dynepo, que Boogerd había conseguido a través del atleta esloveno Bostjan Buc. Durante el Tour, Michael y yo nos inyectamos en ocho ocasiones dosis de 2.000 unidades. No teníamos miedo de que nos pillaran. Según Michael, el Dynepo es indetectable y yo le creo. También usamos cortisona diariamente. El producto se llama Dipofros y tenemos una exención para uso terapéutico”.
Aquel Tour de Francia partió desde Londres y el jueves previo al Grand Départ “nos hicieron un control por parte de la UCI. Yo di un hematocrito del 45% y Boogerd del 50%. Estaba en el límite. Los médicos del equipo venían cada mañana a visitarle a las seis de la mañana, antes de que pudiesen venir los vampiros y le inyectaban una bolsa de agua. Con ello, se bajaba el nivel de hematocrito entre dos y tres puntos”.
Pese a todo ello, ni Dekker ni Boogerd parecían preocupados. “Esa misma noche estábamos aburriéndonos en la habitación. Abrimos una botella de vino, pero no era suficiente. Beber es divertido, pero las mujeres lo son más, así que me metí en Internet y busqué a dos escorts. A la una de la madrugada teníamos a dos putas de Europa del este frente a la puerta de la habitación. Estábamos un poco decepcionados. No eran tan guapas como en las fotos. Cada uno eligió una. Nos dormimos a las tres de la mañana”. El sórdido relato de una noche en al que la carrera más importante de la temporada no había comenzado no termina ahí. Dekker sigue escarbando y explica que “a las seis de la mañana los médicos se presentaron en la habitación para inyectarle el agua a Michael. Durante los dos primeros días lo hacía el médico, luego Boogerd dijo que podía hacerlo él solo. Al principio, yo me despertaba a las seis por el ruido del despertador. Luego, mientras él se inyectaba el agua, yo me daba la vuelta y seguía durmiendo. Si esto es una vida normal es que estamos completamente desquiciados”, concluye.
En cuanto a la carrera en sí, Dekker explica que “antes de la salida Rasmussen nos dijo que quería ganar el Tour. Nos tuvimos que reír con esa idea. Pensé que era una bravuconada. En ese momento todavía no sabíamos que había mentido sobre su paradero ni que iba hasta las cejas de productos dopantes… aunque lo sospechábamos. Tampoco sabíamos que los médicos del equipo le estaban inyectando Dynepo a nuestras espaldas”.
Pese a que inicialmente ni él ni el resto de sus compañeros (Denis Menchov, Óscar Freire, Pieter Weening, Juan Antonio Flecha, Grischa Niermann, Bram de Groot y el ya mencionado Boogerd) no se tomaron en serio las aspiraciones de Rasmussen, pronto se dieron cuenta de que estaban equivocados. “En la primera gran etapa de montaña arrancó a 60 kilómetros del final. Cuando le volvimos a ver fue en meta y vestido de amarillo”. Dekker explica que “aunque varios corredores de otros equipos fueron expulsados de la carrera por uso de sustancias dopantes, nosotros no hablábamos de ello. Tampoco comenzamos a hablar de ello cuando comenzaron a salir historias en la prensa sobre la presencia de Rasmussen en México antes del Tour. No le preguntamos. Le teníamos respeto. Había sido listo. Había encontrado un sistema de trabajo y lo había aplicado. Eso pensábamos Boogerd y yo. Dopaje había en todos los sitios. En nuestro equipo y en los demás”.
Tras la última gran etapa de montaña, de la que Dekker dice que “fue mi mejor día sobre la bicicleta de toda mi carrera”, existía la sensación de que el trabajo estaba hecho. “Habíamos ganado el Tour. El autobús rebosaba euforia”. Pero esa alegría no duraría mucho. “en pleno trayecto hacia el hotel, el ambiente cambió. Theo De Rooij recibió una llamada telefónica. Le cambió la cara. Se fue a la parte de atrás, donde estaban las duchas, para que nadie pudiese escuchar la conversación. Cuando llegamos al hotel en Pau nuestra alegría se había relajado un poco, pero no pensábamos que aquella historia de México pudiera traer consecuencias realmente importantes hasta el momento en el que Rasmussen llamó a la puerta de nuestra habitación. En su cara se podía ver que había estado llorando. «Me echan del Tour. Teo me echa», nos dice. Nosotros le dijimos que íbamos a hablar con De Rooij y a arreglarlo, pero él se muestra inmutable: «se tiene que ir», nos dice”.
Derrotados, “por la noche tuvimos una reunión en el autobús”, explica Dekker. “Decidimos que no saldríamos en la siguiente etapa. Nos retirábamos. La atmósfera sólo la puedo comparar a la de un funeral. Estábamos enfadados, tristes, frustrados. Un avión procedente de Países Bajos nos recogería a todos la mañana siguiente”.
Dekker describe entonces una nueva noche de excesos con el alcohol que terminó a las cuatro de la mañana, pero “tres horas más tarde Erik Breukink llamó a la puerta. Nos preguntó si queríamos salir. El futuro del equipo estaba en el aire. Desde el banco nos exigen que sigamos. «Ni hablar», les digo”.
Dekker recuerda que mientras otros compañeros, incluido Boogerd, no tardaron mucho tiempo en cambiar de opinión, él se metió en la bañera llena de agua fría y fue “Piet, el conductor del autobús el se sentó a mi lado. Me dijo que entendía mi decisión y que no tuviera ganas, pero que sería mejor que me subiera a la bici. «Si no lo haces por ti mismo, hazlo por el equipo. Por todos nosotros». Estaba subido al autobús del equipo más de una hora antes de que tuviéramos que salir”.
Este extracto del primer capítulo del libro concluye con un amargo recuerdo. “Me arrastré hacia París durante los últimos cuatro días. Allí había preparada una gran fiesta con un tren completamente amarillo que nos llevaría hasta la sede central del banco en Utrecht. Pero ya no había nada que celebrar. En las semanas, meses o años después de aquel Tour, no se hizo ninguna evaluación de lo ocurrido. Era como si no quisieran saber que sucedía en el equipo. Nadie nos pregunta nada. Ni De Rooij, ni Breukink, ni el banco. Nunca más se volvió a hablar de ello”.