Ay, el Tour. Acaba de empezar y ya está generando debates. Esos debates que se podrían dar en cada carrera, si el interés mediático y del público en general estuviera puesto en ellas cada día. Pero no es así. Llega el Tour, antes el Giro, luego la Vuelta, y sí, la gente se fija y opina, sin analizar el porqué de las cosas, el porqué de esa dupla del DSM delante. Que sí, que ya sé que el 90% de los telespectadores pone la tele cuando quedan, qué se yo, 40, 30, 20, 10 kilómetros para el final, y es entonces cuando su análisis de la carrera dista mucho del de aquel que ha visto la jugada entera y entonces entiende eso: el porqué de las cosas.
Y el porqué de la victoria de Bardet hoy es que esta primera era una etapa para él. Así lo vio el equipo desde el autobús. No hay más que revisar la carrera. A 203 de meta el francés ya estaba buscando la fuga, saltando del pelotón, intentando entrar en la batalla por la etapa. ¿Qué era pronto? Sí. ¿Qué era un suicidio? También. Pero las cartas ya estaban sobre la mesa.
Luego la cosa evoluciona, el DSM coloca a Van den Broek en la fuga buena, la -digamos- permitida, y entonces el panorama, la estrategia, es otra. Oye, aguanta, sigue, y lo volvemos a intentar con Bardet, por detrás, luego le haces de puente, y tal. De manual. Y, ¿por qué Bardet? Porque la etapa le iba bien, porque es el ídolo francés en este Tour, porque se despide, porque no está para la general y porque si tenía alguna opción de llevarse una etapa -y ponerse de líder-, era esta. Así es que, equipo, todos a una con Romain.
Y Romain, que si algo se merece en el ciclismo es todos los premios del mundo por su enorme generosidad en el esfuerzo -no hay que descubrirlo ahora-, salta cuando cree que es su momento, a 50 de meta. Si me dejan, pillo al compi y a ver qué sale. Oigan, ¡a ver qué sale! Si no me dejan, otro día será. Pero como llegue a la cabeza, a muerte.
En ese tránsito el chaval de 23 años que lleva delante y que sabe, porque lo sabe, que detrás viene su jefe -no olvidemos nunca la perspectiva de que nosotros somos aficionados de esto, amantes de esto, pura pasión, pero ellos son trabajadores, en definitiva: es su trabajo-, levanta el pie a órdenes de equipo, y le da su rueda, y lo mima, lo asiste, lo quiere, pero sin inmolarse, sino que el mismo Bardet -generoso en el esfuerzo, siempre, recuerden-, lo da todo, en un mano a mano de dos cabalgan juntos.
Es el crono y las bestias pardas los que se alían en su contra, y les van recortando, y el chaval neerlandés no ceja en su empeño, porque es su trabajo, y sí, se calza 190 kilómetros de escapada, por los 50 de su compañero -su jefe, por si hay que recalcarlo de nuevo-, y con su inestimable ayuda, Bardet es el que gana. Gloria para ambos.
Para el joven, porque será recordado por su gesta cuando, en el futuro, que vendrá, seguro, gane un día algo bonito y merecido y se diga: ya se vio, allí entre Florencia y Rimini, en el mismísimo Tour, de lo que era capaz. Pero gloria también, más si cabe, para el veterano, porque esta victoria nadie negará que es su premio en el Tour del adiós, porque su trayectoria lo merece, porque él se lo merece y porque, si me apuran, hasta Francia se merece tener un líder de la carrera. Aunque sea por unas horas.
Viva el Tour.