Están a años luz de los récords de Eddy Merckx y gozan de mucha menos popularidad que otros pentacampeones del Tour como Jacques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Indurain. En total, son 67 los corredores que se enfundaron el maillot amarillo durante una única jornada (o incluso menos) en toda su carrera y que, a su manera, lograron transmitir un mensaje de excelencia y humildad. Entre ellos, Jean-Pierre Genêt, uno de los compañeros más fieles de Raymond Poulidor, pasó de farolillo del Tour en 1967 a líder al comienzo de la edición de 1968.
En 1968, Raymond Poulidor aún no había llegado al ecuador de su carrera en el Tour de Francia, pero unas semanas antes de la cita en la que se postulaba como gran favorito, apareció en todas las librerías un volumen titulado Poulidor o la gloria sin maillot amarillo. Aunque se corría por última vez por selecciones nacionales, las complicidades forjadas durante el año volvieron a aflorar en el pelotón y «Poupou» se vio rodeado de varios compañeros que pedaleaban como él para las bicicletas Mercier. Entre ellos, un coloso de 1,83 m y 78 kg, Jean-Pierre Genêt, que no albergaba ninguna aspiración en la clasificación general, pero destacaba por su constancia y devoción hacia su líder. Desde 1964, había sido partícipe de todas las campañas estivales de Poulidor y había subido al podio en tres de las cuatro últimas ediciones. En 1967, Genêt incluso había arrastrado sus miserias hasta París, adonde llegó lesionado y como farolillo rojo de la general (78.o).
Tras el comienzo de la competición en Vittel, belgas y franceses se repartieron las etapas. Al poner rumbo a Ruán en el cuarto día de carrera, los Mercier de Poulidor eran omnipresentes. El primero que dio vidilla a la jornada fue Jean Stablinski con una escapada en el último tercio de la etapa, pero fue neutralizado por un grupo perseguidor en el que se encontraban George Chappe y Jean-Pierre Genêt. Los dos ciclistas franceses (el uno de Marsella y el otro de Brest) eran grandes amigos en el pelotón y se repartieron los laureles ese 1 de julio: la etapa se la embolsó Chappe al esprint final, mientras que los 3’26’’ de ventaja sobre el pelotón le bastaron a Genêt para destronar a Van Springel y enfundarse el maillot amarillo.
«Hasta ahora, hacía las veces de aguador. A partir de este momento, con todas sus obligaciones y vicisitudes, portará oro en vez de agua», se congratulaba Jacques Goddet con decidido lirismo en su artículo del día siguiente en L’Equipe. Las columnas del periódico se abrieron a este corredor en la sombra que explicaba su punto de vista sobre su condición de gregario: «Siempre he sido fiel a mis compromisos y a mis amistades. Les puedo decir que ha habido años en los que, al hacer balance, había mucho remordimiento y poco dinero, pero al final hice bien en insistir. La recompensa ha llegado, así que contento».
La primera semietapa del día siguiente convocó a los corredores a las 7 de la mañana para partir en dirección a Bagnoles-de-l’Orne. Rebautizado momentáneamente como «Botón de Oro», Genêt hizo las paces con su destino y cedió la camisola dorada a Georges Vandenberghe, aunque dos semanas después volvió a disfrutar de las mieles del éxito al imponerse en Saint-Etienne. Y en cuanto a su fidelidad, ni una sola mancha en su historial: Genêt siguió acompañando a Poulidor hasta su último Tour de Francia en 1976.
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