Tour’89: París engulle a su propio héroe

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

Si hacemos caso a la mitología griega, Paris raptó (o huyó, según las versiones) a Helena, la esposa del rey de Troya, Menelao. Esa traición no quedó ahí y, con posterioridad, el burlado retó a duelo a Paris, para dirimir quién tendría que disfrutar de la inenarrable belleza de Helena. En el transcurso de la batalla, Paris fue herido por Menelao, si bien pudo salvar su vida gracias a la ayuda de Afrodita. Una existencia que, más tarde, le sería arrebatada por una flecha de Filoctetes.

La historia que hoy recuperamos tiene como protagonistas a París, la ciudad que, a buen seguro, recibe un mayor número de atenciones (junto a Nueva York), a uno de sus hijos, Laurent Fignon (Montmartre, 1960) y a un estadounidense, Greg LeMond (Lakewood, 1961), el primero de los que consiguió ganara el Tour de Francia y el que, a la postre, ha resultado el único en poder retener los títulos conseguidos (tanto Armstrong como Landis fueron desposeídos de sus victorias por dopaje).

Aunque la narración que hoy nos contrae se escapa de lo mitológico, lo ocurrido aquel 24 de julio de 1989, se relaciona, de un modo inaudito, con lo pasional y lo heroico del ciclismo. Solo en la capital francesa, en el emblemático escenario del Arco del Triunfo y los Campos Elíseos, y con una contrarreloj individual, se podía escenificar un evento que, a iguales partes, comulga de tragedia y de éxito, de euforia y desazón, de exultante victoria y angustioso fracaso.

El innovador LeMond © blogspot

El innovador LeMond © blogspot

Pero coloquémonos en sucintos antecedentes.

Aquel Tour se inició, coincidiendo con el comienzo del mes de julio, en Luxemburgo y un español, Pedro Delgado, tomaba la partida en la crono inaugural en último lugar, por ser el defensor del título alcanzado el año anterior.

El plantel de favoritos estaba conformado por hombres de la talla del irlandés Stephen Roche (maillot amarillo en 1987), el estadounidense Greg LeMond (vencedor en 1986, en un épico duelo con el francés Bernard Hinault), el galo Laurent Fignon (ganador en 1983 y 1984), el holandés Steven Rooks (segundo en la edición de 1988) o el siempre peligroso escalador colombiano Fabio Parra.

Aquel día se recuerda mucho menos por la victoria del holandés Eric Breukink como por el monumental despiste de Delgado, que llegó casi tres minutos tarde a la rampa de salida, hipotecando sus opciones para la victoria final (por si lo anterior fuera poco, la tarde siguiente, cuando la organización había planeado una crono por equipos, Reynolds se dejó cuatro minutos y medio ante la escuadra de Fignon, el Super-U).

En la primera crono individual, que se encarnaba como la quinta etapa, y unía Dinard con Rennes, en un total de 73 kilómetros, LeMond dio el primer golpe de autoridad, venciendo en la etapa y colocándose líder.

Ese maillot lo mantuvo el norteamericano hasta la décima etapa, que finalizaba en Superbagnères, en la que venció el británico Robert Millar y que servía a Fignon para enfundarse la mágica túnica amarilla. El cansancio había hecho en LeMond en el segundo día en las montañas (en la jornada anterior, en Cauterets, un jovencísimo Miguel Indurain, daba muestras de su valía y se imponía en meta, edulcorando el complicado momento que vivía la escuadra navarra).

Fignon, en París © Efe FRANCIA-CICLISMO

Fignon, en París © Efe

Pero la batalla entre LeMond y Fignon, no había acabado y, en la siguiente crono individual, Gap-Orcières-Merlette, el bravo hombre de Lakewood le arrebataba de nuevo el distintivo a Fignon, si bien la etapa había ido a parar al holandés Steven Rooks.

No obstante, Fignon tenía marcada la etapa de Alpe D´Huez en su agenda. Era la decimoséptima jornada, y el monte de las 21 curvas, se alzaba como una ocasión más que propicia para asestar un golpe definitivo a la carrera. Y todo hacía intuir que así había sido cuando el francés pudo descolgar a LeMond y recuperar el primer puesto en la clasificación general, en un día en el que el holandés Gert-Jan Theunisse, hacía honor al carácter holandés del mítico ascenso.

Restaban cuatro etapas y, en la siguiente, Fignon venció en la meta de Villard de Lans, mientras que LeMond demostraba que nada estaba dicho, al ganar la etapa con final en Aix-Les Bains. En la penúltima fecha, Giovanni Fidanza se imponía al sprint y el parisino contaba con 50 segundos de margen para afrontar los 24 kilómetros y medio que separaban Versalles de París.

Se antojaba una diferencia suficiente. Pero Paris decidió burlar a la que parecía la amada esposa de Fignon, la victoria.

Es la crono individual, quizá, más analizada de todos los tiempos. La más polémica, de todas. Si reparan en la imagen de LeMond verán que utilizó un manillar de triatleta (el único de los participantes que lo puso en liza) además de un caso aerodinámico. Fignon salió con su melena al viento.

El podio © La Opinión

El podio © La Opinión

En el kilómetro 11,5, LeMond ya aventajaba en 21 segundos a Fignon. El pánico cundió entre los simpatizantes del hombre de la inconfundible melena rubia. LeMond impulsó su bicicleta sumido por la ilusión de la victoria, de lo imposible, y paró el crono en 26 minutos y 57 segundos. La afición, enfervorecida, esperaba que la imagen de Laurent apareciese por recta de meta. Pero el reloj avanzaba y el maillot amarillo aún no enfilaba los últimos metros.

El francés, durante los últimos 300 metros, se trataba de resguardar del viento acercando su bicicleta a los indicadores publicitarios. Fue todo en vano. Cuando cruzó la meta, soltó su bicicleta, apenas pudiendo esquivar las motos de los gendarmes y se precipitó al suelo, derrotado (física y numéricamente).

LeMond era abrazado por una multitud de periodistas y subió al pódium con una gorra rosa, sin poder evitar sonreír. Fignon lloraba desconsolado, mientras Perico Delgado (el tercer hombre en la imagen) se mantenía a una diplomática distancia.

París no ha vuelto a albergar una crono para decidir el último día. Tampoco ningún francés ha contado como una ocasión como aquélla para imponerse en la clasificación general. 8 segundos, la diferencia más exigua en la historia del Tour, le habían apartado del triunfo final. Paris había huido con Helena y, desafortunadamente, no habría opción al duelo en futuras ocasiones.

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