No es más que un pequeño camión que abierto se transforma en un digno escenario para la presentación de equipos, de las 19 selecciones que toman parte con seis ilusionados ciclistas cada una. Una megafonía aceptable para un ‘speaker’ que, sin ser Guajardo, nos da cumplida información de lo que va a ser la prueba y de sus 113 protagonistas. Unas cuantas vallas que separan el ‘parking’ de la zona de salida –que por cierto no es más que una banderola de las de antaño-, donde se situarán los corredores tras el reglamentario control de desarrollos.
Un escenario sencillo, tirando a modesto. No nos olvidemos que se trata de una carrera juvenil, aunque pertenezca a la Copa de las Naciones UCI. Pero en el ambiente hay una sensación especial. ¿Nervios? ¿Ilusión? ¿Incertidumbre? ¿Miedo escénico? Un poco de todo, sobre todo para los españoles, para los que es una auténtica novedad: ninguno ha corrido jamás en una prueba similar. Alguno comenta, medio en broma, medio en serio, que se ha entrenado subiendo bordillos y rodando por aceras… Tampoco hay demasiado público en la plaza mayor de Saint Amand les Eaux.
Las bicicletas de los españoles contrastan con la de algunas selecciones más potentes, que optan por salir con cuadros de ciclocross. Un mecánico polaco bromea acerca de la pequeña talla de alguna de las máquinas, hablando de que no es una carrera de infantiles. Podría hablarle del tópico de que si no crecen más es porque les pesan los coj… pero prefiero evitarlo ya que no había malicia en sus palabras. Y, en definitiva, será la carretera la que hable. Pese a que ha caído alguna gota traicionera, pronto despeja y queda claro que tendremos una edición de sudor y polvo, no de agua y barro. Del mal, el menos.
Dos carreras en un mismo escenario
Tardamos 23 kilómetros –de nervios, de tensión por colocarse, de látigos y a un ritmo de locura que no permite ni una escapada- para que nuestra aparentemente modesta prueba juvenil se transforme en una carrera distinta, en la más grande, justo al empalmar con el recorrido profesional de la París-Roubaix, que tampoco ha salido de París sino de Compiegne. Serán 87 kilómetros comunes, con 16 tramos de pavés que suman 28,9 kilómetros, por los que los juniors transitarán dos horas antes que los pro, lo que hará que los que se descuelguen tengan que dejar la carrera obligatoriamente subiendo al coche escoba, por muchas ganas que tengan de terminar en el velódromo de Roubaix… aunque sea con una minutada perdida. Por cierto, la diferencia entre los dos pelotones era antes mayor, pero se ha reducido debido a la crisis económica para tener que pagar menos a la policía, según me comenta @damienthemaster, al que tuve la ocasión de conocer personalmente en la salida.
Un inciso: La sincronización de ambas pruebas demuestra que, cuando hay una carrera con una notable imagen de marca -y con ganas de hacer ciclismo, en mayúsculas- puede acoger en el mismo escenario a pruebas de otras categorías, protegidas por la hermana mayor y que salen adelante precisamente por esta simbiosis. ¿Cuándo se predicará con el ejemplo en España, por el bien del ciclismo femenino o el juvenil?
Pero el momento de la verdad, el de la absoluta transformación, llega en Hornaig, cuando empieza el primero de los tramos adoquinados. Es sólo un ‘tres estrellas’, pero largo, de 3.700 metros, para que se vayan acostumbrando a lo que les espera. Todos quieren entrar los primeros. Hay alguna montonera. Pero sobre todo hay muchos cortes a causa de los ciclistas con menos pericia que van cayendo hacia atrás y llevándose con ellos a algunos otros que han tenido escasa fortuna en su colocación. Al final del mismo, el pelotón tiene cuarenta unidades menos que cuando comenzó, eso sí, con los seis españoles.
Desde el coche de Momparler, los nervios del ‘debut’ también afloran en mi persona. Ni aún habiendo visto cientos de veces las imágenes de televisión puedes imaginar lo que es la realidad del traqueteo infernal del ‘pavés’, el polvo que se levanta, los frenazos y arrancadas violentas de los coches seguidores, cuyos bajos sufren algún golpetazo que verdaderamente asusta; las caídas, incluso a las acequias contiguas, los pinchazos, con esa imagen típica y tópica del corredor con la rueda en la mano levantada esperando una eternidad, a veces irremediable, a que llegue la asistencia técnica.
Aparece el gentío
En esos momentos entiendes por qué las calles de Saint Amand les Eaux estaban casi vacías, a tenor de la gran cantidad de público que se agolpa en esos tramos. Y eso que aún faltan un par de horas para la llegada de Boonen, Cancellara y compañía. Los más expertos pueden contemplar dos o tres pasos distintos si disponen de un buen mapa… de los caminos y de la suerte de que ninguna barrera les impida el paso. Pero la mayoría se conforma con elegir un buen emplazamiento y no moverse de él en cuatro o cinco horas.
Hace unos años, me cuenta @damienthemaster, se montó una discoteca junto al tramo de el Carrefour de l’Arbre que funcionó desde algunos días antes… y que convirtió a los aficionados en borrachos que incluso escupieron a algunos ciclistas. Ni que decir tiene que el inventó no volvió a repetirse, que la única fiesta es la deportiva, aunque no sea extraño ver algún que otro chiringuito… y varias decenas de aficionados disfrazados de las más extrañas guisas cuyos atuendos de cerdos, de monjes o similares nos hacen compadecernos de ellos más que de los ciclistas.
Vamos superando tramos –que están numerados en orden decreciente, como las curvas de Alpe d’Huez-, cada vez con más aficionados, sobre todos los catalogados con cuatro o cinco estrellas, pero con menos ciclistas. Fernando Barceló rompe la cadena y se cae, en la primera de sus múltiples desventuras; Ángel Fuentes también sufre otro percance y la llamada desde radio vuelta nos permite seguir un tramo de pavés desde detrás del coche del presidente del Jurado, en una experiencia que jamás olvidaré; Alfonso Gutiérrez -el chaval que descubrió el deporte de su padre cuando se entrenaba para ser futbolista, dejando de manera definitiva el balón por la bici- también lo pasa mal. Lo mismo que el nervioso Xavier Cañellas, que sufre varios pinchazos.
El toledano Miguel Angel Alcaide pierde en alguno de los botes no solo los bidones, sino que ve como se le afloja el sillín, perdiendo contacto con el grupo principal, en el que solo queda como un valiente Jaume Sureda, que aguanta hasta casi el final, hasta ese mítico Carrefour de l’Arbre, en el que destacan casi más la gran cantidad de caravanas que los propios adoquines. De allí sale una quincena de ciclistas que se jugarán la carrera.
Roubaix se acerca y por delante, una ya nada velada lucha entre franceses y daneses, las dos selecciones más fuertes una vez que muriese el ataque lejano del valiente Filippo Ganna o que Noruega perdiese a su mejor hombre, al que intentarían hacer llegar –con éxito, pero con mucho esfuerzo- tres de sus compañeros. Y es que puede ser verdad que la suerte está con los campeones, pero puede no haber suficientes sonrisas para todos.
¿Y los profesionales?
En el velódromo, cuyo único valor es sentimental, ya que hay otro contiguo cubierto, mucho más funcional, Magnus Bak Klaris remata su escapada final con la tercera victoria consecutiva danesa, adornada esta vez con el doblete gracias a su compañero Casper Pedersen. Sureda llega a algo más de un minuto, contento tras una actuación tan digna como prometedora… pero también lo hacen en bicicleta Barceló y Alcaide, derrotando a la ‘barredora’ del coche escoba que solo entiende que por detrás llegan los pros y que hay que limpiar la carretera aunque sea de chavales cuya única ilusión es llegar a la meta, incluso fuera de control. Han tenido suerte… algo que le sobrará en este viaje al toledano, aunque esa sea otra historia. Los dos felices, sudorosos, tremendamente cansados de una experiencia que no han conocido ni por asomo en España… y que no dudarán en repetir. En los furgones arriban los otros tres españoles, con ese mismo sentimiento, aunque Fuentes se lamenta de que no se ha encontrado en ningún momento: una lástima ya que su enorme planta hacía pensar en él como el mejor candidato a pasar los adoquines. Por cierto, Alfonso Gutiérrez no se volverá al fútbol tras la experiencia.. aunque terminase perdiendo hasta su propia identidad.
Ya va siendo hora de recogernos, de pensar en el viaje de vuelta hacia el Charles de Gaulle y hacia España. No he visto a ni un solo ciclista pro, ya que el velódromo es un caos ordenado y diferenciado entre las dos pruebas, el público y los VIPS. Ni siquiera veo el aparcamiento de los autobuses, ni mucho menos puedo acercarme al de Garmin, en el que me esperaba una más que merecida Lefte que me había prometido el bueno de Luis Lamas y que me habría tomado en un par de tragos.
Pero mi Roubaix no los he echado en falta: con la experiencia de los juveniles he tenido más que suficiente para toda mi vida, aunque como ellos, estoy seguro de que volveré.