Cuando Emilio Butragueño, aquel que dio nombre a la famosa quinta que durante los años 80 representaba la flor y nata del balompié español, dijo aquello de que Florentino Pérez era un ser superior, el que más y el que menos no pudo evitar sentir cierto sonrojo mientras el estómago se le retorcía con esa molesta sensación de vergüenza ajena. Seres superiores, si es que existen, deberían ser aquellos capaces de despertar admiración y reconocimiento por el ejemplo que suponen hacia los demás sus valores, su trabajo o su capacidad de superación y no la robustez de una chequera ante la que nada ni nadie parece ser inmune.
Viene esto a cuento de lo que consiguió ayer Alejandro Valverde. El Imbatido. El Bala. Un tipo que hace años abandonó el tono grave y compungido del discurso habitual del ciclista –del deportista– sobre el que parece que recae todo el peso del mundo cada vez que tiene un micrófono delante. Hace años, decíamos, que el murciano se dedica a pasárselo bien encima de la bicicleta y, en consecuencia, hace años que el de Las Lumbreras nos está mostrando lo mejor de sí mismo. Tanto sobre la bicicleta como fuera de ella. Un tipo risueño, dado a la broma y, sobre todo, a la pública y manifiesta declaración de amor por su deporte, el ciclismo, cada vez que tiene ocasión. Un tipo, al fin y al cabo, del que ya hemos comprendido que sus famosas Valverdadas no son producto de su incapacidad de mantenerse quieto cuando las circunstancias así lo requieren sino de un instinto mucho más primario y, sin duda, necesario para seguir siendo, a sus casi 40 años, el hombre más versátil del pelotón: las ganas de pasarlo bien dando espectáculo sin que importe tanto el resultado.
Patrick Lefevere, que es un señor cuya edad y experiencia le ha permitido ver prácticamente todo lo que hay que ver en el ciclismo, no salía ayer de su asombro con lo que estaba haciendo un tirillas de 61 kilos, inexperto y con pinta de despistado en un terreno, las colinas flamencas, en las que el Manual del Buen Ciclista, en su capítulo uno del apartado “Clásicas de Primavera”, dice que es imprescindible haber acumulado mucha experiencia, preferiblemente corriendo sobre ellas ya en las categorías inferiores, para tener algún día la oportunidad de brillar allí.
Un terreno al que llegó sin haber hecho preparación alguna y casi de rebote y para el que gente de la innegable calidad de Peter Sagan, Greg Van Avermaet, Gianni Moscon, Philippe Gilbert, Niki Terpstra… se preparan a conciencia desde el mes de noviembre. Un terreno que exige para aquellos que quieren triunfar en él la misma dedicación que el Tour le merece a gente como Froome, Bardet, Quintana… Y en estas llega un tipo delgado y sin afeitar, que apenas se ha dejado caer por esos bergs un par de veces en su ya larga carrera y, con pasmosa facilidad, maneja la carrera. La hace suya. Cierra huecos. Está donde debe estar y cuando debe estar. Y comete un error. El más importante: deja marchar el grupo del que saldría el ganador. Un error táctico, sí; pero un error que también cometieron esos tótems clasicómanos que se quedaron con él en el grupo perseguidor. Lo que hizo ayer Valverde, como aquellos tercios de hace siglos, fue sencillo: conquistar Flandes (en su caso, el corazón de la Flandes ciclista). Poner un Bala en Flandes.
Y entonces vuelven a la mente aquellas palabras de El Buitre sobre Florentino Pérez y, no sin cierto sonrojo, uno piensa que, quizás sí, cuando hablamos de Alejandro Valverde, El Imbatido, El Bala, hablamos de un ser especial. No superior, pero sí especial. Porque hay que ser muy especial para dar tal lección de ciclismo a gigantes, en lo metafórico y, en comparación con él, en lo literal, que llevan preparándose para estas carreras desde hace meses y que están a las puertas de su día más grande. Un ciclista del que Tom Boonen dijo, sin sonrojarse, que “es el mejor ciclista de nuestra generación”. Un tipo especial en todo. Para lo bueno, véase su demostración de ayer, y lo menos bueno, su elección del calendario y esa mentalidad, que se ha ganado a pulso que los demás respetemos, de poner la Vuelta a Murcia o el GP Miguel Induráin, por encima de Monumentos como la Milán-San Remo o la Vuelta a Flandes. ¿Valverdadas? Seguramente sí, pero valverdadas que lo hacen especial.