Están a años luz de los récords de Eddy Merckx y gozan de mucha menos popularidad que otros pentacampeones del Tour como Jacques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Induráin. En total, son 67 los corredores que se enfundaron el Maillot Amarillo durante una única jornada (o incluso menos) en toda su carrera y que, a su manera, lograron transmitir un mensaje de excelencia y humildad. En el último Tour de Francia de entreguerras, el primer Maillot Amarillo lo conquistó Amédée Fournier, un invitado sorpresa que supo tirar de experiencia en la pista.
En vísperas del Tour de Francia de 1939, era lógico mirar al futuro con pesimismo, pero nada hacía presagiar que el pelotón tardaría ocho años en volver a reunirse en París para la gran fiesta ciclista de julio. El equipo de Francia contaba con Victor Cosson, René Vietto o Maurice Archambaud para hacer olvidar los triunfos de André Leducq y Antonin Magne. A nadie se le ocurrió convocar a Amédée Fournier ni para la gran selección nacional, ni para los cuatro equipos regionales, pero un abandono de última hora dejó libre una plaza para este suplente en la formación amarilla y azul que representaba al territorio Nord-Est-Île de France. El ciclista de Armentières no era un novato en la carrera: en 1936 ya había participado en la categoría de cicloturista antes de romperse la muñeca en una caída en la cuarta etapa.
En 1939, el protegido del joven retirado Charles Pélissier abordaba el Tour con tanta hambre como cabeza. En el ambiente electrizante de la primera etapa, mientras los más ambiciosos perdían fuelle en cabeza sin posibilidades reales de romper la baraja, Fournier esperó a que llegara su hora. «¿Vieron ustedes que nuestro joven “Médoche” persiguiese el Maillot Amarillo en algún momento de la jornada como sí hicieron los jóvenes descerebrados de los que he hablado? Ni hablar. Actuó con el sigilo de un ratoncillo y logró que nadie se fijase en él», comentaba Henri Desgrange en L’Auto para alabar su estrategia. Fournier esperó hasta encontrarse a escasos kilómetros de Caen para pasar a la acción y lanzar un ataque destinado a neutralizar a Romain Maes, vencedor del Tour del 38, que se había escapado en solitario. Al llegar al velódromo, al medallista de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932 le bastó con recurrir a su punta de velocidad para alzarse con la victoria: «He tenido algo así como una alucinación. Me he dado cuenta de repente de que podía ser yo quien saliese mañana de Caen con la camisola dorada. Ha sido como si me despertasen de un puñetazo y he tirado hacia adelante como un poseso. Cuando he vuelto en mí, había ganado», relataba el corredor desde su hotel, sin creerse todavía lo ocurrido.
Excesivamente confiado de cara a la contrarreloj del día siguiente, en especial por los 30 segundos de bonificación recibidos en la meta, el primer Maillot Amarillo del Tour de 1939 acabó cediendo su puesto de líder de la general al mismísimo Romain Maes. Días después, Fournier ya se había hundido en las profundidades abisales de la clasificación (54.a posición), pero logró embolsarse otra victoria de etapa tras un esprint endiablado en el velódromo de Nantes. Ese fue su último destello en la ronda gala.