Dicho de forma telegráfica: el 29 de enero Alejandro Valverde Belmonte, vigente número uno de la UCI, iniciaba en Santanyí, Mallorca, su temporada 2015. No tardó en ganar, lo hizo en el Serra de Tramuntana. Agarró los trastos y se fue a Oriente Medio juntando Dubai, Qatar y Omán para, entre dunas y tormentas de arena, ponerse a punto para la primavera que abrió en las lomas toscanas con un fenomenal recital en la Strade que perdió en manos del checo Stybar. Derrota, sí, pero grandeza, también, mucha.
Fue a la Volta y ganaba casi sin querer, incluso cuando dijo que que quería lanzar al propio Rojas. Tres etapas al saco y punto de mira a las Ardenas donde el campeón del mundo, Kwiatkowski, uno que quiere ser Valverde de mayor, le privó de ganar Amstel-Flecha- Lieja del tirón. Punto de forma sublime, Valverde, ese Valverde estaba intratable, intimidaba. En Huy, en Ans, nadie le pudo toser.
Descansó en mayo, volvió en la Dauphiné, se coronó campeón de España y corrió el Tour con la inicial idea de ayudar a Nairo, pero con el oscuro deseo de ser podio, por fin y al fin. Lo consiguió aunque la cicatera estrategia de su equipo acabara ayudando a su propósito en la misma medida que perjudicó a su compañero colombiano.
Tras llorar como un crío por el cajón de París, siguió presto, la Vuelta en el horizonte, una victoria tremenda sobre el inminente campeón mundial, Peter Sagan, y la sensación de que pesaban las piernas, pues acabó, tras varias ediciones delante, lejos del podio, con la lectura de que la campaña estaba siendo cargada. Aunque no lo suficiente, porque se fue a Richmond, Virginia, para ser quinto, en un mundial que no le favorecía, dicen.
Lombardía y Abu Dhabi cerraron la campaña, otra más delante de todo y de todos, si el ciclismo tuviera un súper héroe, siempre dispuesto, a punto, sería Valverde, Alejandro Valverde, el ciclista que tiene algo que no se compra, pero que se lleva en la sangre, en el ADN: carisma y victoria a partes iguales.
Cuando un corredor lleva tanto tiempo ahí, delante, siendo siempre protagonista, no es casualidad. Valverde nunca pasa desapercibido, cumplió una sanción cuyas causas siempre negó, antes de la misma, ganaba, después de la misma, también.
Se expone tanto, se le ve tanto, que se le han expiado los pecados. Hasta más allá de los Pirineos, donde no siempre se le ha entendido empiezan a paladear las virtudes de este corredor, este ciclista que es transversal, de clásicas al Tour de enero a octubre. Siempre presto, siempre al rescate.
El ciclismo español vive un periodo de gracia, con excelentes competidores que han ganado todo, o casi todo, que no han dejado más que migajas, pero si alguien ha sido singular y especial ha sido este corredor que desde que empezara a competir, tuvo un idilio con el éxito que muchos años después sigue vigente.