Valverde-Tour, un amor odio sin capítulo en 2018

Quintana, Froome y Valverde © twitter

Jesús Guevara / Ciclo 21

Dicen los taurinos que “a toro pasado todos somos Manolete”. Ser ventajista y juzgar algo una vez transcurrido quizás sea una de las actitudes más cobardes de nuestra especie pero, a su vez, algo también íntimamente intrínseco al ser humano. Hacer balance de lo ganado y de lo perdido es siempre más fácil cuando la decisión no condicionará el futuro; cuando solo juzgará el pasado.

La historia de Alejandro Valverde y el Tour de Francia ha mantenido en constante debate a entendidos y aficionados del mundo del ciclismo. La ambición de un corredor -el murciano-diseñado para arrasar en las clásicas y empeñado en lucirse también en grandes vueltas. Para algunos el corredor total y para otros un talento que, de haber hecho oído sordos a lo que acostumbraba ambicionar el ciclismo en España, quizás hubiera ganado mucho más.

En declaraciones a El País, el de Las Lumbreras (Murcia) declaraba que, salvo que Movistar así se lo pida, no piensa disputar el próximo Tour de Francia. Con la llegada de Mikel Landa a la escuadra telefónica, sería la primera ocasión en la que, como ciclista en activo, Alejandro Valverde no estuviera en la línea de salida de la ronda gala.

Condicionado quizás por la cultura de vueltómanos que persigue a nuestro país, la relación de amor-odio de Valverde y la Grand Boucle comenzó en 2005. Con el descaro de quien atesoraba ya victorias de etapa en la Vuelta a España –tercer puesto final incluido en 2003- y en otras pruebas de nivel como la París-Niza o la Vuelta al País Vasco, El Imbatido –como así le llamaban en sus años de juvenil- afrontó hace ya 12 años su primera participación en la ronda gala.

Armstrong y Valverde © TDF

La imagen de un joven Alejandro Valverde –con apenas 24 años- superando al sprint al todopoderoso Lance Armstrong en la cima alpina de Courchevel forma ya parte de la historia de este deporte. Con Beloki diluido tras su caída en Gap y con Roberto Heras difuminado fuera de su hegemonía en la Vuelta a España, poco tardó la prensa española en señalarle como futuro ganador del Tour. “Valverde puede con Armstrong” o “Alejandro reina ante el tirano” fueron solo algunos de los titulares que pudieron leerse al día siguiente en los principales medios de este país. Por si fuera poco, Armstrong había designado a su sucesor: “Era imposible soltarle de rueda. Tiene un equipo fuerte, es inteligente, joven y aun mejorará mucho más. Menos mal que me retiro este año…” declaró en meta el tejano. El abandono de Valverde de aquel Tour por problemas en su rodilla fue la decepción de todo un país pero, también, la esperanza de que sin Armstrong, el Tour volvería a ser español.

Al año siguiente, 2006, sus victorias en La Flecha Valona y Lieja-Bastoña-Lieja no hicieron más que avivar un fervor popular que le situaba ya como máximo favorito de un Tour, el de 2006, que parecía diseñado para él. La Operación Puerto, que apartaba a Basso, Ullrich y Mancebo de la ronda gala, allanaba aún más un camino, que solo una desgracia podía trastocar. Y la desgracia llegó camino de Valkenburg, en la cuarta etapa. Tras firmar un brillante cuarto puesto en el prólogo inaugural, una caída, esta vez con fractura de clavícula, forzaba al murciano a abandonar, por segundo año consecutivo, la ronda gala.

La obsesión solo acababa de empezar. 2007 fue la irrupción de Contador. La llegada de un ciclón que, al tiempo que Valverde se hundía en la contrarreloj de Albi –doblado por Michael Rasmussen-, se alzaba con 24 años con su primer Tour de Francia.

Líder del © Tour

El trono del ciclismo español estaba en juego y Contador había tomado la delantera haciendo lo que, dos años antes, Valverde no había podido hacer. 2008, con un Valverde más en forma que nunca que venía de vencer en Lieja, Dauphiné y en el Campeonato de España y con Contador apartado de la ronda gala por los escándalos de dopaje de su nuevo equipo –Astana, bien pudo haber sido el año de la ansiada reconquista. No pudo empezar mejor. Victoria en Plumelec en la primera etapa y maillot amarillo. El Tour parecía sonreír a Valverde. Al menos eso parecía hasta la quinta etapa. Hay corredores que nacen, que se enamoran, como es el caso de Contador, y que se sienten amos y señores del Tour. Otros, en cambio, parece que siempre, siempre, encuentran una especie de mal fario que los persigue en esta prueba. Y, maldita sea, da la impresión que Valverde se incluye en esta segunda lista escribía con buen fundamento Sergi López Egea cuando Alejandro caía a casi 60 km/h camino de Chateauroux. Contusiones y quemaduras que, si bien no le impidieron vencer al día siguiente, le lastraron en una de los días que el murciano señala siempre como de los más difíciles de su carrera. El Tour llegaba a Hautacam y lo que iba a ser una exigente aproximación –con Aspin y Tourmalet– acabó por convertirse para el murciano en una tortura inimaginable. Descolgado del grupo de favoritos tirado por un Cancellara que, venido de la fuga de la jornada, trabajaba para los Schleck, Valverde se dejaba en meta casi cuatro minutos con los principales favoritos y, lo que es peor, sus ilusiones de victoria en el que parecía ser su año y que, por avatares del destino, acabó siendo el de otro español, Carlos Sastre.

No hubo reencuentro con la ronda gala las tres siguientes ediciones. Su veto a participar en pruebas ciclistas que transcurrieran en territorio italiano –en la edición de 2009– y la sanción de dos años que le fue impuesta en 2010 le apartaron de tres Tours de forma consecutiva en los que, quizás, podrían haber sido sus mejores años. Volta a Catalunya, Dauphiné, Vuelta a Burgos y, sobre todo, alzarse con la Vuelta a España de 2009 –en la última edición en la que el vencedor se vistió con el ya histórico maillot oro- fueron sus pasatiempos hasta que, tres años después, consumó su regreso a su prueba, a la que ocupaba sus sueños y pesadillas.

Éxito en Peyragudes © RTVE

El reencuentro difícilmente pudo ser más agrio en 2012. Como la cita de dos amantes que llevan tiempo sin hablarse, el de Las Lumbreras sufrió el rechazo de la ronda gala en todas sus formas. Caídas, pinchazos, abanicos… y de nuevo el murciano se veía obligado a cesar en sus aspiraciones por la general. “Es una pena porque me encuentro bien, pero cuando las cosas no salen no salen”. Al menos hasta el ascenso al Port du Balés. Última etapa pirenaica y tras una escapada de salida, el murciano demarraba en las rampas que años antes vieron la ya histórica salida de cadena de Andy Schleck. Arriesgó, abrió huecos y, no sin sufrimiento, se reunió de nuevo con su galo y galante amor platónico, el pódium del Tour. Victoria de etapa entre lágrimas, emoción entrecortada en Peyragudes.

Sus triunfos de etapa y su pódium en la Vuelta a España de ese mismo año –para muchos la mejor vuelta de la historia-, volvían a encender la llama de un sueño, el del amarillo, que se prendía aún más con el brillante rendimiento del murciano en las etapas pirenaicas de la edición de 2013. Solo Froome había rendido mejor que el de Las Lumbreras. Soñar no era una temeridad. No al menos hasta que una avería le hiciera perder más de nueve minutos en una de las mal llamadas jornadas de transición camino de Saint Amand Monrond. “Hay carreras que te quieren y otras que no y hoy ha quedado claro que el Tour no me quiere a mí” declaraba resignado el murciano en línea de meta.

Quedó demostrado aún más cuando, un año después, 2014, con los abandonos de Chris Froome y Alberto Contador, Valverde parecía abonado al segundo puesto final tras Vincenzo Nibali. Solo una exigente llegada a Hautacam y una contrarreloj de 54 kilómetros en la que, sobre el papel, debía ser superior a Pinot y Péraud, separaban al murciano de un objetivo, el pódium final en Paris, que se había convertido en poco más que un imposible en años precedentes. De nuevo los fantasmas y de nuevo un amargo cuarto puesto que rompía para siempre –o eso parecía- los sueños de un Valverde que al año siguiente formaría ya supeditado a los intereses de un Nairo Quintana que pedía galones tras alzarse con el Giro d´Italia ese 2013.

Valverde y Quintana en La Croix de Fer © Movistar

Con Nairo como jefe de filas, Valverde recibió en 2015 el premio a tantas desgracias. Corriendo por y para el colombiano y arriesgando incluso en ocasiones sus aspiraciones al cajón de París, el murciano fue, en esta ocasión, condecorado con la sonrisa del destino. El abandono por problemas estomacales de Van Garderen, la caída de Contador en el descenso del Col d´Allos o el pinchazo de Nibali antes del inicio de Alpe d´Huez allanaron el camino de un Valverde que, corriendo a la sombra de Quintana demostró sentirse libre, sin presión, sin temores, sin obsesión. Diez años después de sus lágrimas en Courchevel al vencer a todo un Lance Armstrong, sus ojos volvieron a iluminarse, esta vez en la cima de Alpe d´Huez, esta vez por un tercer puesto final –tras Froome y Quintana- que nunca supo tanto a justicia.

Disfrutó y disputó el Giro en 2016. Debutó en la Corsa Rosa con victoria de etapa y con un valioso tercer puesto en el cajón final. Se enamoró de Italia, de sus carreteras, de sus puertos y, fue entonces cuando, tras saborear las mieles de París el año anterior, por fin entendió que había vida más allá del Tour.

Valverde, en Düsseldorf

Desde entonces hemos visto al Valverde más agresivo, más feliz y más victorioso. Sin atenazarse, sin obsesiones, Valverde ha demostrado ser mejor corredor, más aun este 2017, como acredita su liderato en el TOP Ciclo 21, que ganó en 2016 y 2015. Victorias en Murcia, Andalucía, Catalunya, País Vasco, La Flecha Valona y Lieja-Bastoña-Lieja adornaban una temporada que se esfumó cuando su rodilla izquierda impactó con aquella maldita valla en la lluviosa jornada inaugural del Tour de Francia 2017. Fractura de rótula, de astrágalo y varios cortes en su tibia izquierda y en la región anal componían el último y posiblemente el más amargo capítulo de esta novela de amor-odio entre la mejor carrera del mundo y uno de los más grandes ciclistas que ha dado nuestro país.

No habrá reencuentro en 2018, al menos así lo ha dibujado el murciano en la entrevista concedida este pasado lunes a nuestros compañeros de El País. Con Landa en el equipo, su función de coéquipier parece ya inerte. Se acaba aquí, al menos hasta 2019, una historia que deparó por el camino momentos irrepetibles pero que, sin embargo, parece habernos privado de conocer los límites de un corredor demasiado circunscrito a las ansias de un público, el español, que no ve más allá de encontrar sucesores a Miguel Indurain y Perico Delgado.

Siempre defendió que sus piernas soportaban varios esfuerzos durante la temporada y que centrarse en el Tour no le impedía para rendir a buen nivel en Ardenas, Vuelta a España o en el Mundial. Prueba de ello son los resultados y las victorias que atesora en su palmarés. Pero, la pregunta resuena en quienes amamos este deporte. ¿Qué sería de Valverde sin el Tour? ¿Qué más triunfos adornarían su vitrina sin su ferviente e incesante obsesión por subir al pódium final en París? Ojalá aun podamos descubrirlo. Ojalá aun podamos escribirlo.

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