La Vuelta a Flandes que ayer se disputó entre Amberes y Oudenaarde volvió a ser, como acostumbra esta carrera que trasciende más allá del mero deporte, un exceso en todos los sentidos. Fue, decimos, un extremo derroche de frikismo desde que más de una hora antes de la salida decenas de miles de personas abarrotaran el precioso Grote Markt de la ciudad del diamante, con su Brabo triunfante y su ayuntamiento, patrimonio de la humanidad por la UNESCO, como silenciosos testigos de la locura que el ciclismo sigue desatando en aquel rincón de Europa. Fue, insistimos, un desparrame de fervor y devoción hacia un Tom Boonen, nuevo y viviente Brabo, al que, a la islandesa, la segunda ciudad de Bélgica dijo adiós antes de lo que luego sería un día en el que soñó con todo y acabó sin nada. Fue, repetimos, una exageración de gritos y banderas y aplausos y fotos y éxtasis ciclista durante los 260 kilómetros de cunetas, cuestas, adoquines, campas, pueblos, aldeas o pedanías que los corredores cruzaron camino de Oudenaarde. Un frenesí que se coronó con una de las grandes demostraciones ciclistas de la década. Una de esas gestas que serán recordadas por mucho tiempo. Porque no todos los días –por fortuna, como decía la pasada semana Mathieu van der Poel, es cada vez más frecuente verlo– un genio como Gilbert se atreve, con 54 kilómetros por delante, once subidas en las piernas y ocho ascensiones que afrontar, inventarse una obra de arte que hace que el ciclismo se eleve, por espacio de algo más de una hora, a la categoría de obra de arte. Porque no todos los días dos campeones como Van Avermaet y Sagan se desentienden de la carrera de forma tan amateur en uno de sus puntos cruciales obligándose después a brindarnos un derroche de fuerza y clase como el que nos regalaron. Porque no todos los días un equipo lleno de jefes de filas con sus propios intereses a flor de piel (por el momento, el proyecto caducará el próximo 31 de diciembre y nadie tiene contrato más allá de ese día) controla una carrera de manera táctica tan bien como ayer lo hizo –ayudado en algunos momentos por las circunstanas, pero hay que estar ahí para aprovecharlas– como Quick Step. Y, sobre todo, porque no todos los días son el primer domingo del mes de abril y, por lo tanto, no todos los días son fiesta grande en el ciclismo.
#ThxTom
Bélgica se despide de su ídolo pic.twitter.com/ACOxcOQUbv— Laura Meseguer (@Laura_Meseguer) 2 de abril de 2017
Ganó Gilbert. Ganó Gilbert a lo grande. Como gusta ganar a todos. Ganó Gilbert, el hombre que se ha marcado como objetivo vital anotarse los cinco Monumentos del ciclismo, su tercera carrera de esta categoría. Ganó Gilbert el derecho a volver a ser considerado, tras unos años relativamente grises, uno de los grandes nombres del pelotón. Ganó Gilbert demostrando ser el más fuerte, el más listo, el más convencido, el más valiente. Ganó Gilbert, en definitiva, sin que nada ni nadie pueda ponerle un solo pero a su triunfo. Pero, por desgracia, buena parte de esa gesta ha quedado ensombrecida. Gilbert no se lo merece.
Quedaban apenas 16 kilómetros para la línea de meta. Gilbert, con su tricolor, volaba hacia Oudenaarde. Por detrás, con poco menos de un minuto de desventaja, Peter Sagan, Greg Van Avermaet y Oliver Naesen habían dado cuenta, en la rampa empedrada del Viejo Kwaremont, de Matteo Trentin, el gran héroe en la sombra del día, y Dylan van Baarle, uno de esos tipos, sexto el año pasado, en los que nadie repara en las previas y que a base de creer en sí mismo volvió a estar ahí. Sagan había cogido el manillar de su bici por arriba. Había mirado por debajo del hombro y había acelerado. Era el momento. Ahora o nunca, resonaba en su cabeza. Eran sólo cincuenta y pico segundos. Eran tres. Era Flandes. Era la gloria. Y, frente a él, un hombre solo y cansado.
Y Sagan, que es un gran campeón, pero que, bien sea por rebeldía hacia los que se quieren aprovechar de su trabajo y táctica, bien sea por prepotencia; de vez en cuando la caga de forma notoria, como cuando no estuvo donde tenía que estar en el Muro (buen momento para recordar lo que le dijo a este periodista el pasado mes de enero entre risas) hizo lo que tenía que hacer: meter su bicicleta en el finísimo y peligroso hilo de gravilla que, junto a las vallas, permite a los ciclistas evitar el traqueteo de los adoquines. Hizo lo que hacen todos: buscar esa estrechísima línea de tierra plana que, a milímetros escasos de banderas, cámaras, vasos, chaquetas, pancartas, codos, brazos… y pies de vallas, permite al ciclista ganar unos pocos kilómetros por hora que, a estas alturas, podían ser cruciales.
Y en ese juego de la ruleta rusa ciclista a Sagan, esta vez, le tocó perder. De repente, tocó una de las vallas (o una chaqueta, qué más da) y salió disparado hacia su derecha. Van Avermaet, que venía justo detrás, trastabilló también y se fue al suelo. Naesen, que cerraba el trío, reaccionó de manera instintiva. Se fue a la izquierda (donde no había más que vallas y público), enganchó una chaqueta a la que todos culparon inicialmente de todo, pero que nada tuvo que ver en este asunto (o quizás sí, pero nada de eso importa), y acabó encima de Sagan en mitad de la calzada.
Val @petosagan @GregVanAvermaet @OliverNaesen uit andere hoek. Blij dat er geen ernstige blessures uit voortvloeien. #rvv pic.twitter.com/jxVTqcttBS
— Karl Vannieuwkerke (@Vannieuwkerke) 2 de abril de 2017
La carrera se terminó. Van Avermaet se recuperó rápido y todavía pudo poner en aprietos a Gilbert en los últimos cinco o seis kilómetros. Pero el daño estaba hecho. Sagan se había quedado sin opciones y la forma por la que quedó eliminado de la pelea propiciaba una cascada de teorías, vídeos, fotos y análisis que lo han convertido en lo más comentado de la jornada.
Sagan, tras sufrir una caída de la que fue el único responsable (son cosas que pasan en el ciclismo, no hay que darle más vueltas ni buscar chaquetas que ponerse o quitarse), se erigió en gran protagonista de un día en el que Philippe Gilbert dio una clase magistral de ciclismo. En un día en el que Philippe Gilbert se elevó a la categoría de héroe de este deporte. En un día en el que Philippe Gilbert conseguía su tercer Monumento. En un día en el que Philippe Gilbert ganó, ojo al dato, la Vuelta a Flandes portando el maillot de campeón nacional. En un día en el que Philippe Gilbert se metió, entre pecho y espalda, 54 kilómetros de fuga en solitario con una ventaja que apenas superó el minuto en ningún momento. En un día, en definitiva, en el que Philippe Gilbert no se merecía que una caída, por muy campeón del mundo que sea su protagonista, le robara ni un solo segundo de atención mediática. En un día, al fin, en el que Gilbert, sólo Gilbert (como titulábamos ayer con toda intención) eclipsó a todo y a todos. Gilbert, sólo Gilbert.
Tú sí que no te lo mereces. Gilbert iba a ganar aunque no se hubiera caído Sagan. Sacaba 50 segundos e iba muy fuerte.
Sería impresionante si supieras leer para leerte el articulo entero y enterarte de que va, en vez de poner un comentario basado en el titulo.
De acuerdo en casi todo lo dicho en el artículo, salvo en el hecho que da igual con que se golpeara/enganchara Sagan. Si como se ha podido ver, se engancha con la chaqueta, la culpa vuelve a ser de los espectadores, una vez mas. Esta vez no se puede decir que el espectador/a lo hiciera de manera consciente, pero sigue siendo su responsabilidad, dado que el factor determinante del percance fue la famosa chaqueta. No me parece justo ni imparcial decir que Sagan fue el único responsable de esa caída, dado que eso es simplemente falso.
Hay que leer un poco más que el título, amigo. Que para eso tenemos un periodista que vale la pena, de los muy pocos que hay en el ambiente ciclista profesional.
Celebro la «vuelta» de Gilbert, ya que había empezado a desconfiar de que nos volviera a regalar estos momentos de ciclismo espectáculo. Me alegro de haberme equivocado