Ya no queda lugar para las dudas o los detalles de última hora. La 73ª edición de la Vuelta a España echará a rodar esta tarde en Málaga con una cortísima contrarreloj individual que, con sólo ocho kilómetros, servirá para poco más que llevar el espectáculo ciclista a las calles de la capital malagueña y, por supuesto, enfundar el primer maillot rojo de líder. Es el momento, decíamos, en el que los 176 protagonistas de este espectáculo ya no tienen margen para nada. Cada cual llega como llega y es el momento de la verdad… un momento que durará tres semanas y que, como es habitual en la prueba española, se decidirá, con casi toda seguridad, en la última semana, cuando las fuerzas flaquean y sólo los más fuertes –y los más listos– tienen arrestos para hacer ese último esfuerzo que tiene como precioso premio el cajón más alto del podio de Cibeles.
Con un plantel de favoritos en el que destacan los escaladores y un recorrido que favorece claramente a este tipo de corredores, la opinión generalizada es que esta edición de la Vuelta a España no sólo se decidirá en las cumbres sino que, además, lo hará en el terrible último tramo de carrera, cuando se vayan encadenando las rampas de La Camperona, Les Praeres, Lagos de Covadonga, Oiz, Andorra y, como remate final, la terrorífica jornada de La Gallina. Todo ello, además, salpicado por una sola etapa llana, un día de descanso y, por supuesto, la crono larga de esta Vuelta con sus 32 kilómetros entre Santillana del Mar y Torrelavega.
Pero antes de llegar a todo eso, la Vuelta, su organización, ha preparado una guerra de desgaste que, con equipos de 8 corredores, podría poner en serios aprietos a los hombres de la general a poco que la mala fortuna se cebe con sus lugartenientes. Aunque ni la contrarreloj de Málaga ni el Caminito del Rey marcarán diferencias sustanciales, sí es verdad que la llegada del segundo día de competición debe darnos una primera imagen de cómo llegan en realidad los protagonistas.
Una realidad que comenzará a clarificarse ya el martes con la meta de Alfacar, un primera al que se llegará tras una corta kilometrada de 162 kilómetros y con la presencia del Puerto de La Cabra en el recorrido. Será una primera toma de contacto con la montaña seria antes de entrar en territorio de velocistas.
Es en esta primera semana de competición cuando la Vuelta ha decidido dar un ligero giro a lo que ha venido siendo su propuesta habitual y ha colocado etapas en las que los sprinters se podrán lucir… pero en las que también hay terreno para intentar fugas o emboscadas que, sin pensar todavía en la general, puedan reportar importantes premios a sus protagonistas.
La segunda semana, la que termina con el ya mencionado dúo asturiano, será una suerte de in crescendo que, como decíamos antes, deberá servir para ir minando las piernas de los favoritos y, seguro, provocando algunas bajas que pueden ser fundamentales en la profundidad abisal de los últimos días de carrera.
Si la tercera semana de una gran vuelta siempre es territorio ignoto para los que llegan a ella con opciones, más lo es la tercera semana de la Vuelta a España, situada a final de temporada, cando los organismos de los ciclistas ya viven en tiempo de descuento y muchas cabezas están ya centradas en otros menesteres, desde el cada vez más próximo cierre del mercado de fichajes hasta las merecidas vacaciones pasando, por supuesto, por el Mundial de Innsbruck.
El recorrido planteado por Javier Guillén y su equipo es, como el de todas las carreras, amado y criticado a partes iguales por el aficionado, pero resulta innegable, y eso hay que reconocérselo a esta organización, que han sabido encontrar la fórmula de mantener la tensión competitiva y, sobre todo, la emoción hasta el final.
Esto, claro está, es deporte y siempre existe la posibilidad del factor sorpresa, pero un vistazo rápido a los perfiles de las etapas previas a esa fase final decisiva no ofrece espacio a que se puedan producir situaciones que dejen sentenciada la prueba. Ni siquiera parece posible que un hombre en lo mejor de su forma, que fuese capaz de encadenar una racha victoriosa en la contrarreloj de Málaga, la meta de Caminito del Rey y las cumbres de Alfaguara y La Covatilla pudiera ganar el tiempo suficiente como para dedicarse a minimizar daños el resto de la carrera.
Y eso, en un deporte que vive de las audiencias televisivas y los impactos mediáticos, que son los que saben de esto traducen en dinero contante y sonante en las cuentas de resultados de las empresas que patrocinan y pagan la fiesta, no resulta, en absoluto, baladí. La Vuelta, un año más, mantendrá al espectador pegado a la televisión desde el primer día hasta, con toda seguridad, la dantesca última jornada competitiva camino de La Gallina sacrificando por el camino, y eso es de lo que los más puristas reniegan, una segunda semana más dura que obligue a los hombres de la general a retratarse en todo momento. Pero el experimento, con números en la mano, funciona y en un ciclismo, admitámoslo, de presupuestos cada vez más inflados y, en cierta medida, camino de la insostenibilidad, hay que celebrar que esta carrera, una vez moribunda, haya sabido conjugar espectáculo, emoción y rentabilidad de tal manera que su caché ha crecido –mucho ha tenido que ver en esto el desembarco de ASO– hasta tal punto de dejar de ser el banco de pruebas mundialista interesante únicamente para las estrellas domésticas y convertirse en un objetivo suculento y deseado para las más grandes estrellas del firmamento ciclista. Ahora, sólo restan unas horas para que todo arranque. Busquen un buen sofá porque lo van a necesitar.