Vuelta Flandes: Kristoff remacha su semana grande

https://youtu.be/L7XGk5ajU4E

Segundo moumento para Kristoff © twitter

Nicolás Van Looy / Ciclo 21

Con puntualidad casi británica se daba la salida a la 99ª edición de la Vuelta a Flandes, la más abierta de cuantas recordamos. Sería ese, seguramente, el último momento en el que la sombra de las ausencias fuera un tema de conversación relevante. A partir de ese momento todo se volvía real y la realidad, guste o no, pasa por los presentes. Por los que están. Por los que deben de enfrentarse a los algo más de 264 kilómetros jalonados con 19 subidas que conforman De Ronde. El guión, completamente imprevisible, comenzaba a escribirse metro a metro. Pedalada a pedalada.

Siete hombres conformaron la fuga del día. Esa escapada que, cosas del ciclismo, se forma siempre aunque tanto sus integrantes como los que quedan el pelotón saben perfectamente que no irá a ningún sitio. Carne de cañón. O, al menos, así era antes. Ahora, son carne de objetivo. Muchos minutos de televisión. Muchas fotografías. Sonrisas en los rostros de los contables y responsables de marketing de las empresas patrocinadoras. Marco Frapporti, Ralf Matzka, Jesse Sergent, Damien Gaudin, Dylan Groenewegen, Matthew Brammeier y Lars Bak eran los encargados de traer a los monitores de televisión, las páginas de los periódicos y a estas líneas a Androni Giocattoli, Bora Argon 18, Trek, AG2R La Mondiale, Rompoot, MTN-Qhubeka y Lotto Soudal. Algunos, claro, con líderes por detrás con la clara y única misión de estar ahí. De ayudar a controlar la carrera. De conseguir que esos primeros compases de carrera no se convirtieran en una réplica ciclista de Los locos del Cannonball. Los demás, por supuesto, dejándose ver. Esperando a ser cazados para dejar atrás el protagonismo y pasar a engrosar la nómina de anónimos de la prueba.

Y en esto llegó el Oude Kwaremont. Juez y parte de la prueba. Su primera subida. Esa que nada importante tiene que ofrecer. O, al menos, eso es lo que se espera de esta primera acometida. Pero, tras un pequeño bullicio, veíamos en el suelo el dorsal 151 de Sir Bradley Wiggins. Rodilla izquierda ensangrentada y el sueño de la Roubaix tornándose en pesadilla. ‘Aparcó’ la bicicleta con ese estilo tan personal suyo. Se subió en su muletto y siguió adelante. Todo pundonor. Todo coraje. Sangre cayendo por la pierna, pero ni una muestra de flaqueza. Coronó y ya en la bajada enlazó con el pelotón. Tocada aguantar un poco y dejar pasar los kilómetros para evaluar, en base a las sensaciones propias –esas que nunca engañan a los corredores– el alcance real de la situación.

El momento dramático de esa parte poco sustancial de la carrera llegó algo más tarde. Jesse Sergent, el hombre que Trek había metido en la fuga, es arrollado por el coche de asistencia neutra dando con sus huesos en el suelo y siendo evacuado poco más tarde a un hospital con evidentes signos de dolor en su hombro izquierdo. Casi al mismo tiempo, en la parte trasera del pelotón, que en ese momento transitaba sobre el tramo adoquinado de Paddestraat veíamos la curiosa imagen de Peter Sagan, uno de los favoritos al triunfo, elegir uno de los peores lugares posibles para dejarse caer a hacer sus necesidades. Una caída del MTN-Qhubeka Youcef Reguigui que provocaba un pequeño corte le obligaba al eslovaco a esprintar para volver a enlazar.

Y así, con sustos e hinchables publicitarios cayendo al suelo, fueron pasando los kilómetros hasta llegar a la segunda subida al Viejo Kwaremont, la subida que ha venido a tomar el protagonismo que antaño tuvo el Muro. Allí, lo que quedaba de la fuga, que ya eran Gaudin y Bak, ya contaba con menos de un minuto de ventaja. Sólo una subida más tarde, en el Paterberg, el pelotón se volvería a reagrupar tras neutralizar a Gaudin, que era el último superviviente de aquella temprana fuga.

Pero esa subida pasó sin pena ni gloria. Fue en el Taaienberg donde se produjeron movimientos importantes. Primero fue Tersptra y acto seguido Van Avermaet. Demasiada gente en el pelotón principal. Se notaba que no había patrón claro en la carrera. Se notaba que nadie tenía miedo de nadie. Se notaba que todos tenían miedo de todos. Se notaba la tensión en el ambiente. Se notaba que cada uno creía en sus opciones. No fue, ni el uno ni el otro, un ataque rompedor. De esos que deciden una carrera. Pero fue la primera opción táctica realmente destacable. Se rompió el numeroso grupo que hasta ese momento rodaba junto. Pero todos los grandes seguían juntos. Nadie había dado su brazo a torcer.

Lutsenko, Drucker y Oliveira tomaron unos metros. Nadie se fiaba, por lo que su ventaja apenas superó en ningún momento los 20 segundos. Pronto fueron alcanzados y la carrera se relanzó. Dos grupos. Separados por muy poco espacio. O mucho. Depende de cómo cada uno lea la carrera en el momento. Los favoritos, separados en esos grupos. Algunos delante y otros detrás. ¿Qué hacer? ¿Hay que tirar por detrás para enlazar? ¿Hay que confiar en que por delante llegarán las dudas? Nadie tenía la respuesta. Miradas y cara de poker.

Y entonces, justo antes del Kruisberg, Sep Vanmarcke perdía contacto con el segundo grupo. Al mismo tiempo, en cabeza, era Niki Terpstra el que atacaba llevándose a Kristoff a rueda. Se llevaba a Oliveira a rueda. Era una contrarreloj en cada extremo. Una prueba de persecución. Como en la pista. Eran 24 los perseguidores. El esfuerzo fue excesivo para el de LottoNL que no pudo volver a conectar.

Terpstra y Kristoff, en el momento clave © twitter

Por delante, Niki Terpstra y Alexander Kristoff hacían la apuesta del día. Muy lejos. A lo grande. Sin dudarlo. Se lo iban a jugar de lejos. Antes de la última subida al Viejo Kwaremont. En poco tiempo, alcanzaron los 30 segundos de ventaja. Por detrás, eran los Sky los que tiraban. BMC, incomprensible, no ayudaba.

Fue en el Paterberg donde todo se aclaró. Kristoff y Terpstra, generoso, por delante. Van Avermaet y Sagan, por detrás. Todos tiraban. Nadie daba un segundo al descanso. Incansables todos. Como gladiadores. Sólo uno obtendría la gloria. El resto, la derrota. La vergüenza.

Los últimos kilómetros son, simplemente, imposibles de narrar para un profano en esto del ciclismo. Dos tipos por delante ayudándose a fracasar. Lo mismo por detrás. ¿Dónde puede entenderse algo así fuera del ciclismo? Ya en los últimos 3.000 metros fue cuando Terpstra, consciente de que es mucho más lento que Kristoff, dejó de colaborar. Demasiado tarde. Quedará como el tonto. El que ayudó sin recompensa. El que hizo de actor secundario a mayor gloria del vencedor.

Ya con menos de medio kilómetro, Van Avermaet atacó por detrás. Intentó enlazar. Baldío el esfuerzo. Sólo útil para ser tercero, porque la victoria se la jugaban los dos de cabeza. O, en el fondo, tampoco. Kristoff es más rápido. Es más fuerte. Es el hombre en forma y así lo avisó este invierno a Ciclo 21. Es el corredor en racha. Nada pudo hacer Terpstra por evitar la victoria del noruego. Enorme. Grande. Brazos en alto. “El futuro está aquí”, decía nada más cruzar la meta. Exultante. Ganador de la 99ª edición de la Vlaanderens Mooiste. “Estoy muy contento. Entiendo que Niki no quisiera trabajar al final. Cuando Niki se fue sabía que era de los más peligrosos. Este año sabía que él era el hombre que iba a por la victoria, así que era la rueda a seguir”. Genial por lo simple. Simple por lo genial. La táctica, llevada a lo más complicado: elegir la rueda buena. La táctica, llevada a lo más fácil: seguir al favorito. Una auténtica obra de arte. Al final, simplemente, Kristoff, el ganador de la primera Vuelta a Flandes después de Boonen y Cancellara.

CLASIFICACIÓN

https://youtu.be/AFDAyHI81HQ

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