Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
Convendrán conmigo en que, salvo para los estudios y amantes de las estadísticas, y excepción hecha de aquellos supuestos en los que la general se define en la última jornada, por la existencia de una crono (pregunten a LeMond, Hesjedal, Casero o Aitor González, por citarnos varios ejemplos representativos), los vencedores de la última etapa pasan a un segundo plano.
En este sentido, la organización dispone un trazado sencillo y que, además, es adoptado por el grueso del pelotón como una jornada de festividad y comunidad, hasta que llegan los últimos kilómetros, en los que los equipos de los velocistas, y algunos hombres empeñados en romper la hegemonía de los trenos intentan contar con su jornada de gloria (entre los espíritus libres que cosecharon éxito cabe recordar la victoria de Vinokourov en los Campos Elíseos en el Tour de 2005, el último de los que, a día de hoy, aparecen con un asterisco en la casilla de su maillot amarillo).
La Vuelta de 1999, la última antes del tan temido (a la par que inofensivo) “efecto 2000”, contó con un final al uso, planteando una etapa de 163 kilómetros que nacía y moría en Madrid.
La general llevaba ya tiempo decidida a favor del teutón Jan Ullrich (como se cuenta, en extenso, aquí) y el mayor de los intereses del día se concitaba en conocer el vencedor de la etapa y si el sudafricano Hunter podría arrebatar in extremis el maillot de la clasificación por puntos al luego malogrado Vandenbroucke.
La nómina de sprinters estaba bien servida en esta Vuelta, aunque el claro dominador hasta la fecha había sido el alemán Marcel Wust. El hombre del equipo Festina se había hecho con cuatro triunfos parciales, concatenando tres seguidos (en Albacete, Fuenlabrada y Salamanca), que le permitieron lucir el maillot oro durante dos días, y uno más, tras la crono individual de Salamanca, en el día en que se disputó la jornada entre la capital salmantina y León. Solo el sudafricano Hunter, en la primera etapa en línea, había podido obtener un triunfo ante el dominio hegemónico de Wust, imponiéndose en la línea de meta de Benidorm.
La etapa definitiva, en Madrid, contó con poca historia hasta que se alcanzó el circuito planteado por la organización a lo largo del Paseo de la Castellana y al que los corredores habían de completar un total de ocho vueltas. El hombre del día fue el belga Vandenbroucke, quien rodó fugado, hasta el cuarto giro al circuito. Después, algunos hombres buscaron su oportunidad, como Brasi y Roscioli, pero los equipos de los velocistas no les concedieron la más mínima oportunidad.
En la línea de meta, Blijlevens se impuso a Julian Dean y Paolo Bettini, en un final muy disputado, y aprovechando su punta de velocidad. Para muchos, quedó la espina de haber comprobado qué hubiera podido hacer Wust, que ya había abandonado la carrera previamente, con el zurrón lleno de victorias.
El holandés conseguía salvar su participación en la ronda española, en la que solo se le había visto involucrado en los puestos de cabeza en la etapa de Albacete, en la que concluyó quinto, tras Wust, Zanini, Lombardi y McEwen.
Jeroen Blijlevens (Rijen, 1971), más conocido en el pelotón como Jerommeke, era un velocista consumado y que contaba con victorias de etapa en Giro, Tour y Vuelta. En su palmarés, cuenta con el honor de haber obtenido un triunfo parcial, interrumpidamente, de 1995 a 1998, y con un total de 74 triunfos. En 1999, Blijlevens venía de conseguir dos victorias en el Giro de Italia y otra en el Tour de Romandía, como éxitos más relevantes, además de haber conseguido lucir la maglia rosa en la ronda transalpina.
Al acabar esa temporada, finalizó su contrato con TVM y pasó a Polti, donde se le recuerda por su pelea con Julich, en los Campos Elíseos. Más adelante, dejó dos años en la estructura del Lotto y finalizó su andadura profesional en el modesto Bankgiroloterij, en el que se desempeñó durante dos años.
La figura de Blijlevens, como gran parte de los ciclistas de la época, no pudo superar el control retrospectivo de sus muestras en el Tour de 1998, tras la investigación acometida por el Senado de Francia. Esta revelación condujo a que el equipo holandés Belkin se viera obligado a cesarle en sus servicios de director deportivo.