Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
En la sierra del Aramo, en Asturias, a una altitud de más de mil quinientos metros, se destaca la cima del Angliru. La zona es de una belleza inusitada y, de camino a la subida, se puede acceder al también conocido Gamonal, que se eleva por encima de los mil setecientos metros.
El Angliru cuenta con una longitud de ascensión de doce kilómetros y medio, con una pendiente media del diez por ciento y rampas que alcanzan el 23,5 por ciento, en la zona de “La Cueña les Cabres”, donde poner pie a tierra es una opción para aquellos que sean incapaces de sostenerse encima de la bicicleta.
La subida se complica a partir de la mitad de su distancia, destacando las complicadas curvas de Llagos (14,5%), Los Picones (20%) y Cobayos (21,5%), todas ellas antes de afrontar “La Cueña les Cabres”. Sin embargo, una vez franqueada ésta, aún se han de superar dos ascensiones durísimas, Aviru (21,5%) y “Les Pedrusines” (20%), hasta alcanzar el último medio kilómetro en el que un falso llano conduce a la línea de meta.
El puerto, que se ha subido en seis ocasiones durante la disputa de la Vuelta a España, conformará parte de la ruta en la edición de 2017, según las declaraciones efectuadas por parte de la alcaldesa de Riosa, Ana Isabel Díaz y se alza como uno de los principales atractivos.
Sus ganadores han sido siempre hombres de gran talla y van, desde el inaugural José María Jiménez, en 1999, hasta el último victorioso, el francés Ellisonde, pasando por Simoni, Heras, Contador y Cobo (todos ellos, menos el italiano, ganadores de la ronda española).
La primera ocasión en la que se ascendió el Angliru, se produjo un fenómeno de inusitadas dimensiones en el entorno ciclista. La dureza extrema de la subida y la gran afluencia de público previstas hacían presagiar una jornada de ciclismo que se recordaría durante muchos años.
Corría el año 1999, y la carrera llegaba al Angliru en su novena etapa. El guipuzcoano Abraham Olano (Once) caminaba de líder y su principal rival era el teutón Jan Ullrich quien, al final, se haría con el primer puesto en la clasificación general en Madrid.
La etapa del Angliru era de una dureza especial, puesto que antes de alcanzar la meta en el alto asturiano, se habían de franquear la Cobertoria y el Cordal, dos puertos de gran exigencia y que, además, tornaron en complicados debido al mal tiempo reinante; de hecho, durante la práctica totalidad de la jornada estuvo lloviendo y con un viento más que molesto (allí lo llaman “orbayu”, pero quien no lo conociera lo podría haber definido como infierno).
Una de las tónicas generales de la etapa fueron las caídas. Al suelo se fue, descendiendo la Cobertoria, Escartín, que venía de hacer tercero en el Tour y quien, fruto de la lesión, se vio obligado a tomar el camino de casa.
Más adelante, descendiendo el Cordal, Olano se salía de la carretera y, casi milagrosamente, podía recuperar la verticalidad después de desaparecer por un barranco.
La carrera caminaba fracturada. Un grupo por delante, con Jiménez, Rubiera, Ullrich, Tonkov y Heras y, por detrás, defendiendo su liderato con uñas y dientes, Olano, acompañado de su compañero Zarrabeitia, Rebellin, Casero y Beltrán.
La ascensión fue mítica.
El agua, la niebla, el público que atestaba la calzada y los corredores que ofrecieron un espectáculo inusitado. El ruso Tonkov, de Mapei, fue el primero de los favoritos en lanzarse el ataque, con una durísima contra a la que nadie pudo responder. Antes, su compatriota Ivanov lo había intentado con escaso éxito.
Heras y Jiménez, que habían demarrado en Les Cabanes, intentaban aminorar la distancia mientras que, por detrás, Olano continuaba su persecución del resto de favoritos. Ullrich sufría en los porcentajes más elevados y el guipuzcoano minimizaba los daños de manera más que plausible en un ascenso ejemplar.
Jiménez se desprendió de la compañía de Heras en Llagos y continuó su persecución a un Tonkov que mantenía buen ritmo de ascenso. A apenas 500 metros de la finalización de la etapa, el de Banesto alcanzaba al ruso y le sobrepasaba.
Solo, con el maillot blanco de Banesto confundiéndose con las nubes, emergiendo de entre la niebla, la estampa de Jiménez se mimetizaba con un paisaje que parecía extraído de una estampa heroica, de otro tiempo, prácticamente soñada.
En meta, Jiménez dedicó su victoria a Marco Pantani, señalando el mal momento que estaba atravesando el transalpino. La vida, y sus rigores, les hicieron compartir malhadado futuro unos años más tarde.