Andamos todos extasiados. Como flotando dos palmos por encima del suelo. Hacía tiempo, mucho tiempo, desde que el Dauphiné no se vivía con tanta expectación. Una carrera que por palmarés e historia es algo más que en lo que se ha convertido en el siglo XXI a raíz de la hiperespecialización ciclista: una preparación para el Tour de Francia. La guerra entre Chris Froome y Alberto Contador, con batallas y escaramuzas diarias no están manteniendo pegados al televisor soñando con lo que está por venir. El calor, que ha llegado de golpe a gran parte de nuestro país y el espectáculo de los dos hombres-tour más potentes del momento, han hecho que estas tardes de mediados de junio parezcan las de julio.
Llevados por los continuos golpes entre los dos grandes dominadores de la carrera y, sobre todo, por esa inmediatez que requieren ahora los medios digitales (como este), es posible que los periodistas hayamos dejado de analizar al detalle todos y cada uno de los aspectos de la carrera. Defensores como somos los contadores de historias ciclistas de que este deporte tiene mucho más detrás que el simple pedaleo. Que la táctica y la estrategia valen tanto o más como las fuerzas. Lo importante que es, en ocasiones, nadar y guardar la ropa. Es curioso lo muy por encima que estamos pasando del papel de Vincenzo Nibali en este Dauphiné, sexto a 50 segundos de Froome y a 38 del podio.
No pudo seguir el ritmo de Froome en la segunda jornada. Ayer, ni él ni su equipo entraron a la provocación de Contador. Mientras el Sky se empeñaba en reventarse a sí mismo en una labor de neutralización que hizo emerger de nuevo la figura de Porte, Nibali y sus compañeros de Astana se agazaparon sin gastar un gramo de más.
¿Y si Nibali está siendo el más listo de todos? No es el Dauphiné el gran objetivo de la temporada. Podría serlo para Kelderman o Talansky. Incluso para un Zubeldia que no se ha ganado ninguna línea eclipsado por Contador. Pero, no para los miembros de la Santa Trinidad del próximo Tour. Ni siquiera, para un Van den Broeck que se está mostrando con un punto muy interesante. Por ello, la táctica de Nibali de sumar kilómetros sin realizar excesivos desgastes parece la más adecuada. Tragarse el ego y dejar pasar la oportunidad de mostrarse ante el mundo al mismo nivel que sus dos compañeros de fatiga en el Teide. Y, sobre todo, esconder a su equipo. A su potente escuadra que apenas se ha dejado ver en medio de ese gran debate que ahora se centra en saber si el Sky o el Tinkoff van a estar en julio a la altura de sus líderes.
El Astaná, como bloque, parece más fuerte que los dos equipos antes nombrados. Trabajando a la sombra. Acumulando kilómetros. Mimando a su líder. Protegiendo al italiano. Y, sobre todo, jugando al despiste igual que su jefe de filas.
Decía en mi crónica de ayer que el ataque de Contador podría haber sido fabricado en la factoría de Manolo Sáiz, el denostado director deportivo del que muchos reniegan en un extraño ejercicio en el que no se le perdona (ni se olvida) lo malo, pero en el que lo bueno parece tener que ser borrado de los anales de la historia del ciclismo. Hablaba con él durante la tarde. Una conversación corta. De esas que se pueden mantener entre dos personas que saben de lo que hablan y pueden obviar gran parte de los detalles que se dan por sabidos en esto del ciclismo. Una conversación, a la postre, interesante e instructiva. Un intercambio de ideas del que me quedo con la preocupación mutua de si Contador se está enterrando a sí mismo en vida. De si el Tinkoff estará a la altura. Y, sobre todo, con ese deseo de que los corredores no esperen a la tercera semana para ponerlo todo sobre la carretera. Me quedo con una reflexión de Manolo: “entre Twitter y Youtube, el ciclismo se escribe con posibles, es decir, con historias incompletas”.
Qué razón tiene este viejo sabio. Con suerte, ese nadar y guardar la ropa de Nibali nos permitirá ver movimiento más allá de la tercera semana. Esperemos que sí.