Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21
La mayor de las sorpresas (quizá junto a la irrupción del colombiano del Orica, Chaves) de esta recién acabada Vuelta a España ha sido la figura de Tom Dumoulin que, a pesar del vuelco provocado en la general en la etapa de la sierra de Madrid, ha demostrado tener una grande en sus piernas.
El ciclista de Maastricht, no muy conocido para el gran público, pero que ya había dejado muestra de sus dotes y sus capacidades para la disciplina contra el reloj (campeón nacional y bronce en los Mundiales del año pasado, además de plata en los nacionales del año 2013), ha exhibido una capacidad de sufrimiento en las cotas más exigentes que ha sorprendido a propios y a extraños (si bien es cierto que su posición se ha visto favorecida por cierto conservadurismo de las principales figuras que han desaprovechado etapas como la de Andorra o la práctica totalidad del tríptico montañoso astur-cántabro).
La parroquia holandesa puede estar de enhorabuena (a pesar de la desazón de la etapa de Cercedilla) puesto que, desde 1979, un compatriota no subía al cajón de la Vuelta Ciclista a España (la irrupción de Dumoulin invita a ser optimista). Hablamos de Joop Zoetemelk (Rijpwetering, 1946) y se alzó con la victoria final en Madrid.
Bien es cierto que los neerlandeses no han contado con una especial brillantez en su desempeño en tierras españolas (si echamos mano del palmarés, el pionero fue Lambrichs en el 46, con un tercero puesto. Tendrían que pasar 21 años hasta que otro holandés fuera acreedor de laureles, en concreto Jan Janssen, que cosechó el liderato final en la edición de 1967. El siguiente, solo dos años más tarde, y nuevamente en el tercer cajón, Marinus Wagtmans y, de ahí, la más ardua travesía en el desierto hasta el entorchado de Zoetemelk).
La edición de 1979, que hoy traemos a la memoria, tuvo prácticamente de todo. En primer lugar, y no es ocioso referirlo, se disputó, lo que no parecía nada claro cuando los entonces principales organizadores, El Correo Español-El Pueblo Vasco, decidieron abandonar su labor. Tras múltiples rumores y con la espada de Damocles de la desaparición pendiendo sobre su cabeza, la entrada de Unipublic, junto a los patrocinios de la ciudad de Jerez de la Frontera (para más detalles véase el artículo dedicado a la victoria de Pino) y de la marca de ropa vaquera Lois, hizo posible que 9 equipos y 90 corredores acudieron al pistoletazo de salida.
La ronda preparaba un menú compuesto por 19 etapas y un prólogo en la localidad de Jerez. Baste señalar como curiosidad que tres de ellas, la octava y la decimosexta y la decimoctava contaban con dos sectores. Y, como les anticipaba, en una de ellas, el primer sector de la decimoctava (que se extendía entre Ávila y Colmenar Viejo, con 155 kilómetros), los ciclistas, contrariados por esa distancia y la de la tarde (110 kilómetros entre Colmenar Viejo y Azuqueca) efectuaron una protesta a modo de huelga (no tan encubierta).
Promovida por los ciclistas españoles, y secundada por el resto de integrantes, el ritmo fue muy pausado y se permitió una escapada de Miguel Mari Lasa (que lucía los colores del Moliner-Vereco). La pantomima, si se permite, fue de tal calado que no hubo sprint para la disputa del segundo puesto.
La huelga fue poco comprendida puesto que el primer sector era muy duro (se atravesaban puertos como la Morcuera y Navacerrada) y era la última oportunidad real de Galdos (que acabaría segundo) para intentar arrebatar el liderazgo al hombre nacido en Rijpwetering.
Que Zooetemelk (enrolado en el Miko-Mercier) venía a vencer la Vuelta era algo evidente y más cuando se alzó con el triunfo en el prólogo de Jerez. El holandés aguantó su maillot de primer clasificado hasta la etapa que discurría entre Murcia y Alcoi y que se saldó con una victoria, en escapada, del francés Christian Levavasseur al sprint, frente al español Ladrón de Guevara. Ambos cosecharon casi cinco minutos de diferencia con el pelotón (Zoetemelk era segundo a apenas cincuenta segundos del galo en la general).
Levavasseur aguantó como líder un total de ocho jornadas, hasta el ascenso a Peña Cabarga (el final de la decimotercera etapa), donde se impuso López del Álamo, tras una auténtica aventura de más de 140 kilómetros en solitario y coronando el puerto de segunda de La Sía y los dos primeras de Las Alisas y Peña Cabarga. La heroicidad de su victoria es aún mayor si se repara en el hecho de que un paso a nivel cerrado le detuvo, en su cabalgada, durante algo menos de tres minutos.
En el grupo de los favoritos el belga Van Impe adelantaba a Esparza y a Zoetemelk, que recuperaba una maillot de líder que ya no abandonaría jamás. La etapa había sido durísima y el holandés tenía en la general 1 minuto y 16 segundos con Levavasseur, 1 minuto y 40 segundos con Yáñez y 2 minutos y 3 segundos con Galdos. El temido Pollentier transitaba a 3 minutos y 7 segundos y Van Impe se colocaba sexto, con casi dos minutos y medio perdidos respecto del primer clasificado.
Van Impe, tras una victoria del español Alfonsel, repitió en la meta de León. La jornada fue crucial porque, debido a un ataque en el descenso de Pajares, se conformó un grupo de once hombres, que abrió una brecha definitiva con el resto. El más perjudicado fue Yáñez que no pudo integrarse entre los elegidos. Queda también para el recuerdo que el recorrido de la etapa hubo de reducirse en unos diez kilómetros para evitar que los mineros, que se hallaban en situación de conflicto laboral, importunaran el buen devenir de la carrera.
Al día siguiente, y después de la victoria parcial del holandés Adri Van Houwelingen en el sector matinal, se disputó la contrarreloj individual de 22 kilómetros en tierras pucelanas. Y fue el belga De Wolf (que ya contaba con tres triunfos) el que, de nuevo, hizo bueno su magnífico momento de forma. Sin embargo, la crono sirvió para decantar de manera definitiva, si es que ya no lo estaba, la prueba a favor del líder.
Zoetemelk, que se situó segundo en la etapa, a 31 segundos del belga, obtuvo 4 segundos con Pollentier y 29 con Galdós. En la general, el hombre del Miko-Mercier contaba con 2 minutos y 43 segundos con Galdós, 3 minutos y 21 segundos con Pollentier, 3 minutos y 22 segundos con Esparza y 5 minutos y 51 segundos con Rupérez. Van Impe, el gran belga, se alejaba ya a los 6 minutos y 30 segundos.
Restaban dos etapas y el paseo triunfal por Madrid. En la primera (entre Valladolid y Ávila) venció Francisco Albelda y no reportó cambios significativos para la general (más allá del conocimiento del dopaje de Esparza, que le reportó perder 10 minutos y olvidarse de sus opciones de pódium). La segunda, que contaba con dos sectores tuvo como protagonista a la huelga (ya mentada), en el primero de ellos, y al también holandés Cees Bal, que fue el primero en la meta de Azuqueca de Henares, en disputado sprint ante el español González Linares, que le había acompañado durante la fuga del día.
Por si albergaban alguna duda, en el sprint en Madrid venció, como no podía ser de otra manera, el belga Fons de Wolf, que subió al pódium también como vencedor de la clasificación por puntos. Los honores de mejor escalador recayeron en el español Yáñez.
Zoetemelk fue segundo en el 79 en el Tour (después de portar durante seis jornadas el maillot amarillo y por detrás de Hinault, que arrasó con siete triunfos de etapa) y vencería, al año siguiente, la carrera francesa (prueba en la que se subió hasta seis veces al segundo puesto del cajón).
En 1985, en Giavera del Montello (Italia), se proclamó campeón del mundo de fondo en carretera, siendo, hasta la fecha, el más longevo en obtener tal galardón (38 años y 9 meses adornaban la magnífica trayectoria del holandés). Ni Greg LeMond ni el italiano Moreno Argentin fueron capaces de imponerse a Zoetemelk.